Monday, September 20, 2010

Ambigüedades/NADA QUE DECIR


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Una semana muy agitada, diríamos. Muere Michael Jackson, quien a pesar de no ser ángel de mi devoción ocupó un espacio muy importante en la música moderna. No en vano fue el Rey, igual a su difunto e inesperado suegro, Elvis. 

Cuando alguien así muere, y esto vaya en favor del arte, hay conmoción. De seguro lo lloran hasta en los villorrios del Senegal. Es increíble el peso que individuos como Jackson tienen en el África.  Cantantes cubanos y brasileños ejercen influencia de escuela entre sus pares africanos y, baste recordar el filme “Alí”, para notar cuán cerca discurrían en el Zaire los avatares de los boxeadores norteamericanos de color.

Muere también una actriz: Farrah Fawcett; más bien mediocre, fue sin embargo una bella mujer, con un glamour singular que hizo soñar a mi generación con sus delicados pechos y su sensual cabellera.  Ambigüedades de la vida que destruyen la belleza que crea con un soplo oscuro de cáncer. 

Ya en el Cantar de Gilgamesh los ancianos sumerios percibían estos vaivenes terrestres y los escribían.  Triste suerte humana, o feliz si odiamos la inmortalidad, pero, nos guste o no, hay una irreversibilidad que engulle de a poco –o en un soplo- aquello que hemos levantado en décadas de esfuerzo y sueño.  La suerte de Luis Capeto, conocido como Luis XVI, encerrado en el Temple, se echa un 16 de enero de 1793, por boca de quien debía ser aliado suyo (el jefe de los girondinos), cuando ante la Convención es el primero en pronunciar dos palabras de terrible consecuencia: “la mort”.

De más se ha especulado con estos péndulos existenciales. Sin embargo, cada vez la digresión es nueva y nos retorna de manera incansable a Hamlet, a Homero, a Kierkegaard, al cuestionamiento básico de por qué se vive y cuánto. Nada, según vemos con la vida del divo negro, nos protege y menos nos asegura, ni siquiera Neverland, la tierra de Nunca Jamás, cuyos Peter Pan, los primeros y originales, hallaron horrible muerte todos. 

No fue un shock; para mí no tuvo el impacto de John Lennon asesinado, pero he visto y concurrido una sociedad donde Jackson fuera –y será-- referente imprescindible. No es ya “el rey ha muerto, viva el rey”. Para que crezca una personalidad semejante de nuevo quizá pase mucho. No lo pueden reemplazar el viejo Mick Jagger, ni el polifacético Bono, ni un ya obsoleto Sting. Se ha creado un vacío, un espacio que no sólo tuvo que ver con la música sino con la integración, con la desmitificación de un país y la creación de nuevos mitos. En el abrupto sendero de la raza negra en los Estados Unidos, Michael Jackson trajina una senda a la que pertenece el Dr. King, el mismo Obama. 

Hablamos de un fenómeno de masas, de su impronta, tal vez aún invisible, en una sociedad multifacética. A un lado de esta desgracia que enluta el arte también hay alegrías. Hace mucho que vengo diciendo que Ismail Kadaré, el autor albanés, debiera obtener el Nobel. Consiguió el Premio Príncipe de Asturias hace unos días, y ese quizá sea un paso hacia el máximo y merecido galardón. Kadaré es un magnífico novelista. Tradicional en cuanto a la novela estructurada formalmente, su prosa es tan vívida y sustanciosa como los grandes clásicos de los dos siglos pasados. Fuera de sus logros como humanista y pensador político, Ismail Kadaré creo que, ahora, no tiene par en la literatura europea. Si pensamos en Pahmuk, habría que añadirle una riqueza verbal y una luminosidad especiales para llegar al albanés.

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 28/06/2009

Imagen: Ross Palmer Beecher/Michael Jackson - Never Never Land, 2005

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