Hay algo que era
inevitable en la historia boliviana, la irrupción del indígena, sector
mayoritario de la población, en la política nacional. No es que el indio no
hubiese formado parte del proceso histórico durante la Colonia y la guerra de
la independencia, pero lo hizo como carne de cañón, con escaso liderazgo que
generalmente caía entre mestizos. Es emblemático el uso de fuerzas nativas, en
La Paz del 1809, en la represión de los patriotas. Hubo instantes en que la
fuerza sanguinaria de la movilización aymara iba de un bando a otro, con el
saqueo, muerte, venganza entre seres de un mismo origen, manipulados por
intereses foráneos como el español, y locales de los criollos.
Siendo Bolivia
país mestizo, como claramente lo podría verificar cualquier estadística, no
viene de hace mucho el intento de caracterización del país como eminentemente
indígena. Los límites son borrosos, además de que la experiencia de casi
quinientos años, muestra fehacientemente que la cultura occidental ha permeado
todos los niveles de la sociedad boliviana, incluidos los de las etnias
minoritarias, y ni qué decir los de los grupos numerosos como los
quechua-aymaras. Ya a partir de allí el discurso de cierta ortodoxia nativa cae
por su propio peso. Se habla de descolonización, de implementarla a todo nivel,
cayendo sin embargo en aberraciones de globalización como no lo hicieran ni siquiera
los gobiernos blancoides que usufructuaron el poder.
Se puede decir
que hay un doble discurso en el gobierno, hoy llamado plurinacional, de Evo
Morales. Uno que embelesa a las masas pobres haciéndoles creer que ahora son
gobierno. Para ello utiliza el eterno recurso de manejar a la población a
través de una dirigencia prebendalista, corrupta por lo general, carente de
ideología y ajena a la teorización histórica de un proceso de incomprensibles
mixturas. Verbo que conjuga revolución con el capitalismo salvaje de varios
conspicuos dirigentes aymaras cuya riqueza es ostensible. Utilizar al pobre
para hacerse rico. Entregar limosnas que en apariencia elevan el nivel de vida
de la población sin recursos, desde el Tesoro General de la Nación o por
regalos o préstamos de Venezuela, mientras se saquea el país y se lo reparte
entre los nuevos burgueses, asociados a la producción de hoja de coca y al
narcotráfico, además de los burócratas que legalizan en papel los desmanes de
la nueva elite. Claro ejemplo de este sincretismo político es el
vicepresidente, Álvaro García Linera, que de un trasfondo de marxismo puro
quiso, a través de los años que siguieron a su encarcelamiento como terrorista,
fundir el razonamiento comunista con el ideal comunitario de los grupos
aymaras, pendulando entre uno y otro lado, peor desde el momento en que ocupa
una silla en el poder, confundiendo y confundiéndose en una mezcolanza que
incluye a Robespierre, Marx y Túpac Katari, mientras, según rumorea el pueblo,
construye un imperio de bonanza para él y su familia. Típica historia
latinoamericana que los asocia a la tradición de Duvalier, Trujillo, Somoza, y,
con algunas salvedades que no nos permiten rechazar la Revolución Cubana, a la
dinastía de los hermanos Castro que ha mucho ya dejó de ser revolucionaria.
Evo Morales y el
MAS, gracias a la asesoría de teóricos de izquierda españoles, y a la ayuda de
fuerzas venezolanas y cubanas en el área organizativa y de represión, ha
logrado mantenerse por seis años. Cierto que fue elegido en las urnas por voto
mayoritario jamás visto antes, y que cuenta todavía con gran apoyo de la
población indígena, que sigue viendo en él el personaje mesiánico que los
llevará a un pasado que se ha ido inventando maliciosamente para presentarlo
como paradisíaco. Un estado feudal donde el amo sea omnipotente y el hombre común
solo sirva para justificarlo mediante su voto, ya entonces manejado por los
dirigentes, con fuerte castigo a la disidencia. Un estado africano, en el que
el mandarín no pueda ser ni criticado ni cuestionado. Con una corte de epígonos
bien pagos y un país en vías de desaparición completa. Utopía autodestructiva
cuyos únicos beneficiarios son los que acumulan en sus manos toda instancia de
poder. Aunque ello implique acabar con las bases democráticas, paradójicamente
el estado de derecho, los derechos humanos, la protección al medio ambiente, el
voto secreto y mucho más.
Por un lado, de
entrada, el MAS se nutrió de gente supuestamente capacitada en el análisis y
construcción teórica de un estado comunitario revolucionario. En la práctica se
ha alcanzado una oclocracia que rige los destinos de la nación en un maremagnum
de contradicciones, ambigüedades, o simplemente estulticia con alcances de ley.
Ante los desafíos que enfrenta un país para mantenerse, superar sus estándares
de vida, combatir el desempleo, el narcotráfico, etc. se elige el camino de la
invención alocada de tradiciones entre comillas, se inventan parafernalias, se
utiliza lenguaje demencial, carente de todo sentido lógico, que pareciera no
solo conformar sino alegrar a las masas, que viven así un sueño falto de
futuro. Se ha visto en el pasado, en líderes como Idi Amin, en Uganda, el uso
de políticas similares, con resultados conocidos. De seguir así, Bolivia
enfrenta un deterioro que cuestionará su permanencia como país libre. Además de
ello, la permisividad y apoyo al sector cocalero desde arriba, cuya producción
de hoja de coca en el Chapare, región donde Morales es todavía presidente de
las federaciones de productores, y cuya cosecha va en más de un noventa por
ciento a la producción de cocaína, amenaza con extenderse de tal forma, sobre
territorios indígenas y parques nacionales que la bandera de la Madre Tierra
que alzó Evo Morales pasará, y ya pasó, al espacio de la anécdota. Evo Morales
imagina un país idílico cubierto de plantaciones de coca, irrealidad que da hoy
muchos réditos pero que implica la total destrucción del medio ambiente en aras
del enriquecimiento ilícito y del absoluto poder que busca este individuo.
Con lo que no
cuentan, ni él ni sus beneficiarios cocaleros, es que el fenómeno del tráfico
de drogas es global y representa el capitalismo más salvaje. Hijos y nietos de
los productores de coca han caído ya en el consumo de cocaína, detalle que irá
mermando su poder en apariencia autónomo. Más pronto que tarde, la población
chapareña, que se queda con un cinco por ciento de la ganancia del tráfico,
mientras las mafias acumulan el resto, pasará a ser simple mano de obra de los
cárteles que ya conforman una gigantesca transnacional. Y Evo Morales, que cree
ser el profeta de las naciones indígenas del mundo será solo una ficha útil
para intereses mayores. Ya lo es ahora, pero como el país se halla en un
estadio de construcción del negocio, todavía le permiten jugar a ser el dueño.
Los orígenes de
este despropósito es fácil hallarlos en la historia nacional, que ha sido una
de abuso y racismo desmedidos, que construyó una débil y pérfida burguesía
sobre el lomo del indio. Eso no podía durar. Lo triste es que un proceso en que
apostaron muchos ya se ha desviado a un común y funesto totalitarismo, en donde
el indio, que fue la carnada para entronizarse, está condenado a ser cada vez
menos, a que incluso se le retire la capacidad de votar con libertad. Ya se
hizo en la última elección, en donde los miembros nativos de la tercera edad
tenían que entrar al recinto de voto con los dirigentes, ya que por su edad
eran incapaces de… pensar. Evo Morales y la corte de individuos de todas las
tendencias que se aprovecha de Bolivia, no quieren interlocutores, desean ser
la única voz presente y para siempre. Democracia ha pasado a ser una palabra
huera que legitima el acaparamiento de poder en manos de un individuo. Todo lo
que se opone a él, cualquier crítica que se levante en su contra es de
inmediato catalogado de racista, colonizador, traidor, vendepatria.
En una vertiente
andina del fascismo hitleriano el gobierno masista ha hecho de la contradicción
no un asunto de ideología. En Bolivia se habla de razas, de los derechos y
prerrogativas de una raza sobre otras. Todo el esquema indigenista y aymarista
apunta a ello, a señalar a quien no fuere aymara como elemento no deseado para
permanecer en un lugar que les pertenece a ellos. Por eso se descalifica la
opción mestiza: blancos y mestizos no tienen derecho a vivir aquí, sólo los
aymaras y de rebote los quechuas. Los indios de tierras bajas, numéricamente
muy inferiores a los otros dos grupos étnicos, son considerados como serio
riesgo a la angurria de territorio del líder cocalero. La política en Bolivia
no es de concertación ni diálogo; es una racista de descalificación y quizá,
dadas precisas circunstancias, de genocidio.
Pero, mientras el
supuesto indígena Morales clama por el reencuentro con los ancestros, él y sus
líderes disfrutan de las delicias privativas de occidente. La teoría es para
los pobres, y las migajas. Los amos pueden disfrutar de lo prohibido por
economía a los demás, y permitirse visualizar dinastías donde se pase el
control de padre a hijo, a hermano. Reyes y delfines, a eso se ha reducido la
cháchara de cambio e igualitarismo que preconizaron y siguen haciéndolo.
Abril, 2012
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