Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
No, no es bolero ni tango, sino la febril boliviana realidad: que cada vez que hay un conflicto de importancia, los líderes huyen lo más lejos que pueden, a ventilar cuitas y desdenes en el otro mundo, el último lugar en que -quizá- todavía alguien les cree.
Leo con penuria
el énfasis que han puesto algunos en que por primera vez en el desgobierno
masista una mujer se ha puesto a la cabeza del estado. Un poco pretencioso
esto, cuando lo menos que tiene la susodicha, médica y latifundista además de
senadora, es cabeza. Alguna vez leí una apología que le hiciera su marido.
Aparecía casi como Juana de Arco, sin espada, iluminación, cota de armas e
ideario, pero, ¿para qué están los maridos?
Claro, y volvemos
a adjetivos, como “triste”, “penoso”; a qué quejarnos si nos lo hemos buscado,
si la larga lista de tartufos que se exhiben como representantes nuestros son,
a la corta y a la larga, representantes nuestros. Así de mal estamos.
El otro, el
segundo, que mal casado estará para huirle también al matrimonio a dos semanas
de la boda, en lugar de encerrarse, disfrutar y hacerla disfrutar, viaja a
Vietnam a ensoberbecerse con su propio discurso aprendido de memoria, con visos
de analítico pero que no aguanta una andanada de sentido común. Me pregunto qué
tendrá que decir, ofrecer algo a cambio de algo, mitigar el furor físico que en
un varón, volvemos a los quince días del tálamo, debiese estar como fuego, o
qué. Los vietnamitas sonreirán y harán genuflexiones, por él o cualquier
visitante, pero de entrada han de saber que este émulo del tío Ho, no es, ni
por asomo, el tío Ho. Hay dos clases de hombres en esta división: los grandes,
donde se ubica la figura de Ho Chi Minh, y los comerciantes. No hay dónde
perderse.
Qué decir del
Supremo. Diseccionando su carrera nos encontramos ante el pensamiento infantil.
Sería asunto de pediatría si la cosa no fuera tan grave que envuelve a la
supervivencia de un país. Los siquiatras callan, todos callan, porque suele
adentrarse en el peligro cualquier opinión que discrepe con la del niño
travieso. Así se acepta que en nombre del colectivo viaje en aviones de lujo a
entorpecer el lenguaje. No implicaría problema alguno si la claridad de la idea
fuese indiscutible, pero no hay ideas, solo hábil manipulación de imágenes:
socialismo, indigenismo, comunidad, revolución, que no significan nada.
Cháchara para afuera; adentro para arribistas, pillos, saqueadores, lameculos.
Se atiza la
violencia en diversos lugares de la geografía. El conflicto minero puede
desembocar en un lamento de sangre. Ya comenzó con el asesinato de un
sindicalizado por los cooperativistas, capitalistas salvajes ávidos de
enriquecerse, explotar a sus semejantes, no pagar impuestos: un Tea Party
andino. Tipos que disfrazados con un casco de gran simbolismo en las luchas
sociales desean menguar a costa de la estupidez de unos y la rapiña de otros.
Cooperativistas, chuteros, cocaleros, narcos no son palabras que se asocian al
concepto de revolución. Que eso quede entendido.
Hacerle el quite
al problema. Escapar y listo. Regresar luego de falsificar la realidad en el
extranjero, para volver a falsearla aquí. En el peor de los casos vendrían a
lavar la sangre, que estando ellos ausentes no les correspondería. Niños perversos
para un país más que inmaduro, sufrido. Cuánto tiempo nos llevará deshacernos
de un milenio de golpes. Cuánto para que cobardes que no asumen
responsabilidades no tengan cabida entre nosotros.
No importa quien
dirija entre comillas al estado boliviano. Mujer, hombre, o tonalidades
distintas de carácter que la modernidad ha aprobado. El problema es otro. La
solución también. O esperamos mil años más para resolverlo, sabiendo que como
vamos no duramos cincuenta.
24/09/12
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Publicado en El
Día (Santa Cruz de la Sierra), 25/09/2012
Imagen: Roy
Kortick, 2004
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