Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Su nombre
era Jorge Castriota, albano. De niño fue llevado a Turquía en calidad de rehén
-noble- y lo educaron allí. Escapó de la custodia del sultán reintegrándose a
su pueblo para levantarlo contra los otomanos.
Montañas
de Albania; tierras yermas que se van subiendo y subiendo hacia las colinas,
alejadas de alguna vegetación. Montañas de Albania; en ellas los hombres han
educado tanto los bigotes que éstos crecen, negros, hasta donde el decoro lo
permite, es decir son infinitos. Tez oscura clarificada en la luz lunar.
Montañas de Albania, altaneros hombres fieros.
Una leyenda se ha asomado al mundo. De barba y bigote. De odio. De amor.
De sinrazón. De valentía. Huye en el silencio de los montes, luego de asestar
golpes definitorios al invasor. Llueve; Albania se moja en la tormenta. Los
guerrilleros escudan las ropas del frío. ¿Quién los asusta en la niebla? El
enemigo agiganta sus jenízaros en el anochecimiento. Son mil contra tan pocos.
Pero Skanderbeg está allí, inmutable, echado en el horizonte, presto para la
historia. Las canas lo han invadido un poco. Tira el rostro atrás y atrapa el
postrero crepúsculo. Quieto, el país aguarda. Un ojo lo atisba, un ojo
campesino esperanzado. Skanderbeg no se ha movido hace dos días. Y se levanta.
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Publicado en TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 28/10/1988
Imagen: Monumento a Skanderbeg en Krujë, Albania
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