Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Villa México es una gran barriada al sur de Cochabamba. Allí solo hay viento y polvo que inunda los sentidos. Polvo amarillo y marrón en medio de acequias donde los niños flotan sus sueños. En general, la pobreza es señora de las casas aunque alguna se eleve sobre el resto como un hongo.
Villa México es la tierra de los blancos pendones, posadas en las cuales, tras las vides, se enconden demonios. La chicha habita los rincones como orín del infierno. Su don apacible es un beso de cuchillos.
Renán Tarifa trabajaba mientras nosotros contemplábamos veredas. Un día nos invitó a una misa de difuntos en Villa México. Nos prometió bebida, mucha. La cita quedó para un sábado, a las 8 de la mañana, en la iglesia. El viernes me secuestró el alcohol y el mediodía del sábado fue mi amanecer. Se habían marchado. El sol arriba no quería decirme adónde.
Llamé a Chino y en micro arribamos a la villa. Semejaba una inmensa y cansada madre por cuyas venas se agitaba polvo. Luego de extrañas dificultades estuvimos en la casa de la "fiesta". El lecho seco del río Tamborada hacía de frontera por el lado sur. En medio de basura crecían matas de verde pálido. Cuando aparecimos, los amigos orinaban afuera con ojos llenos de vidrio. Nos abrazamos y penetramos a la región que festejaba la muerte.
Se sucedieron llantos y rezos. De un momento a otro los invitados se alzaban y comenzaban a orar. Entonces se balbuceaban inentendibles oraciones en quechua. La chicha lechosa se encaramaba hasta el cerebro. Pedimos baile y no nos lo dieron por luto. La vida consistía en sentarse y beber sistemáticamente en la penumbra de un piso de tierra.
(Larga noche que tenías forma de vaso)
A medianoche, como ante un irrenunciable llamado, los ebrios se levantaron. La viuda completa de negro puso una sábana blanca sobre los hombros del compadre de su difunto esposo. Y así, bajo estrellas que no brillaban, salimos en procesión rumbo al río. La viuda y el ensabanado iban tomados del brazo. El representante del muerto gemía, aterrorizando las piedras. Partícipe de la caravana, yo trataba de no perder detalle sin todavía comprender algo. El muerto aullaba como poseso. Nos detuvimos en un borde y la viuda inició una recogida de piedras que prontamente comenzó a arrojar contra el cuerpo de "su hombre". Gritaba: Déjame ya en paz, te he llorado bastante. Vi, entre sombras y perfiles de arbustos, cómo el espectro blanco huía, hasta desaparecer, lleno de roca su cuerpo. Esa luz blanca que se escurría lastimera por las orillas no me ha abandonado.
Ya se había ido el fantasma y la vida reaparecía un poco después de medianoche. La mujer procedió a quitarse los lutos mientras sus comadres la vestían de colores alegres. Ayudé a avivar el fuego donde pusieron las prendas viejas y pensé que toda vida pasada es susceptible de perecer. Como por magia aparecieron guitarras y se agitaron pañuelos. Se creó la cueca en la noche de Villa México. Los hombres pudieron fornicar libremente sobre las mesas y contemplar los pechos de la ex-viuda. Me fui durmiendo con la voz cantora de Renán que se posesionaba de lo obscuro...
22 de mayo, 1987
_____
Publicado en Opinión (Cochabamba), 14/11/1987
Imagen: Estatuas de la Santa Muerte
Monday, April 13, 2015
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment