Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Pedí autorización
del Departamento del Tesoro para viajar a Cuba. Presenté los documentos
relacionados con la cultura que supuestamente me lo permitirían y nada: la
negaron. No me iba a quedar así y, con Ligia, tomamos un avión hasta el D.F.
mexicano y luego a Cancún. Una visa en papel, que costó diez dólares, nos
permitió viajar sin rastro hasta La Habana.
Antes de llegar
comenzaron a fumigar el avión, debajo de los asientos, arriba, los baños. Era
la primera vez que nos fumigaban adrede con alguna substancia química
perfumada. El altavoz decía que no nos preocupáramos, que era protocolo para
Cuba.
De entrada se
notaban las carencias, Luego del idílico mar verde del Caribe mexicano, se nos
ofrecía lo descascarado de una sociedad angustiosa, dramática veinte años
atrás. Pasada la aduana de rutina, dos personajes me señalaron y dijeron que
querían entrevistarme. La “entrevista” consistió en qué venía a hacer, dónde me
hospedaría, cuántos dólares tenía conmigo, en qué trabajaba en los Estados
Unidos. “Servicio secreto”, pensé, y recordé el mito de la eficiencia del
espionaje cubano, pero… aquellos agentes anotaban todo con un medio lápiz mal
tajado y en papel usado de oficina; sería un esbozo de rutina también. Luego me
dejaron ir y se cebaron sobre un noruego con patas de rana que obviamente venía
a bucear.
Llegamos al hotel
en El Vedado. “Aquí se alojaron Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral” rezaba
un cartel con fechas. Me alegró. Por la ventana se miraba un elefante blanco
soviético, antiguo y altísimo edificio. Parecía un esqueleto devorado por la
roña. En el aire flotaba el encanto del poeta favorito de mi madre.
Llueve sobre la
cabeza de la suegra de Barack Obama mientras rememoro y veo en el noticiero
pormenores de la visita del presidente negro. La Habana, se lo decía a mi madre
que amaba Buenos Aires, es una de las más hermosas ciudades del mundo. Piedra
monumental en forma de catedrales y fortalezas. La ceiba del principio de
España. “El mejor capuccino que he tomado en mi vida”, afirma mi mujer
paulista… poco saben de café los brasileros… En la Plaza de Armas rebuscamos
entre chucherías la herencia de la conquista y la colonia. Compramos una
cabecita de esclavo en plomo, de un par de centenas de años, una biografía de
Eisenstein por Viktor Shklovski y otras cosas. Nos muestran una escultura de
John Lennon pero no vinimos a ver al beatle. Mejor, años ha, retratarme al lado
del bronce de Benny Moré.
A la suegra de
Obama le regalan flores rojas; rosas blancas a su mujer. Raúl Castro no lo
espera. Es un típico desaire latinoamericano que todavía hace efecto entre las
jaurías izquierdosas. Masturbación, porque nadie con el ansia de los Castro por
este momento; en serio.
Lo que tenía que
decir de Cuba lo dije en su momento. Fue un tiempo de inmensa alegría. Oculté
cosas por vergüenza, porque me pareció traicionar a una gente que había sido
magnífica en su recepción y cariño. Lo sigo creyendo. Los males del régimen no
tocan lo fraterno.
Hay un dejo
satisfactorio y triste al pensar que se estuvo en cierto lugar condenado a
desaparecer. No hablo de revolución sino de la suma de factores que moldearon
la Cuba contemporánea, ruidosa, feliz, engañada y orgullosa. No la volveré a
ver como fue, ambivalente, colgando de un hilo, pedigüeña e largamente
dadivosa. Va con su música, con la imborrable imagen de un vetusto bar de
Cienfuegos donde negros viejos bailaban danzón, danzaban bailón.
Ahora, y según lo
previó con genio Alen Lauzán, artista cubano en Chile, el Hombre Araña se ha
encaramado sobre los brazos de José Martí y comienza otra historia. Mejor y
peor, de acuerdo a la costumbre de cualesquier matrimonio.
21/03/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 22/03/2016
Imagen: Alen Lauzán/El hombre nuevo araña
Esa icónica foto de la gigantesca silueta del Air Force One sobrevolando sobre los antiquísimos autos de La Habana es quizá la mejor postal del encuentro de dos épocas (suena raro que sean coches americanos circulando con toda elegancia en su vejez y no toscos Ladas como cabría esperar). Incluso me parece con mayor carga simbólica que el reencuentro entre las dos Alemanias. Se viene una progresiva invasión de los negocios yanquis, y ojalá no estropeen el decadente encanto de la vieja ciudad con sus chillones letreros de neón y demás parafernalia de mal gusto que caracteriza a sus multinacionales. Sobre el significado político poco más que decir, llama la atención que todos los furibundos antiimperialistas no hayan dicho nada acerca del tema. Saludos.
ReplyDeleteUna imagen que vale mil crónicas, cierto. Ahora viene la invasión del consumo, creo bienvenida por una población que no tenía qué consumir. Bienes y males, por igual; otro panorama. Los eunucos del siglo XXI callados, no saben cómo digerir esta jugada de políticos más viejos y más diablos que ellos. Saludos.
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