Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
¿Puede uno,
cuando lo arrebata el dolor, olvidarse del entorno? Cuando se conduce por los
inmensos caminos de Colorado, por la llanura que comienza aquí y se extiende
hacia Kansas, al imperio antiguo de los búfalos, todo tiende en su monotonía de
color herrumbre hacia la placidez, incluso si esas distancias antes insalvables
son el límite entre la vida y la muerte, si conducir por kilómetros tiene como
fin un hospital gigantesco en medio de la hoy nada y mañana urbe.
No la muerte, no
ahora, no esta vez, pero su gusto a cerveza amarga, a India Pale Ale y su
textura casi de turbión señala que ella, porque dicen que morir es femenino,
ronda por ahí, noche de ronda, qué triste
pasa, qué triste cruza, por mi balcón.
Quien muere
descansa y el vivo pena, no al revés, por eso me creo fácil candidato al
egoísmo eterno, al asueto gentil del fin de las preocupaciones. Mientras
conduzco el Accord 2002, verde desgastado y seis cilindros, escucho música
variada, desde calypso hasta corridos perrones, alternando la eficacia de los
coros de Purcell que martillean el alma. Recuerdo, cómo no, uno recuerda a sus
muertos cuando a la lista quieren añadirse otros; listado perverso, inverosímil,
casi creer que la noche se hace imposible ante la idea de una nueva ausencia.
¿Cuántas podemos soportar, una, dos, tres?
La rutina
dolorosa a riesgo siempre de convertirse en trágica. Ajustar la cremallera,
cerrar la chamarra, abrigarse, a no olvidar los guantes que es invierno, ni
esas gorras que se doblan en los extremos y me dan, con barba, un aire
bukowskiano en un aquelarre de Goya, un laberinto cilíndrico donde minotauro y
yo somos uno y ambos intentamos matarnos. Sería el laberinto de Minos la mortificación
del suicidio… Divago, ante la perspectiva de que el otro se va, nos deja, cómo
puedes ser tan implacable, tan egoísta si sin ti no soy nada. Las palabras no
pesan, plumaje de viento, algodones que vuelan desde grandes álamos de tronco
blanco.
A ratos cambio el
dial hasta la BBC. Aquí Londres, radio reloj, “el presidente Trump…”. En la
esquina de Arapahoe y Easter han puesto bloques de concreto para desviar el
tráfico. Hora de trabajar. Cruzando el puente y adentrándome en la pradera
vería el caparazón del hospital donde duerme Ligia, bien recortado contra la
luna que no tiene oposición en el llano. Unas ratas que parecen gerbos cruzan a
ratos por la carretera, y esas matas secas que
ruedan desde los westerns de la infancia a la realidad migrante hoy. No
sigo, desvío el camino hacia un caserío mal iluminado (Colorado es un estado
donde no hay luces públicas en las calles) y arribo al trabajo, a sonreír
porque un encargado no debe dejar de hacerlo. La pena se queda en el vestidor
con el abrigo. La responsabilidad no acepta pretextos, por duros que fueren.
De Londres salto
a la música klezmer; de Polonia hasta el Épiro y ya confundo músicas, lecturas,
sangre, sondas, estómagos, esófagos, oxígenos, morfina, trajes azules, verdes,
capuchas, máscaras, una luz que me cae en el rostro, casi como en prisión, y me
impide dormir profundo. A ratos me entretengo con Por nuestra perestroika, novela de Alejandro Suárez, para invalidar
el miedo.
A las dos de la
mañana un tumulto sonriente pero serio afirma que hay que operar. A las cuatro
vuelven a penetrar en el dormitorio arreglado y se me hielan los dedos creyendo
en las palabras que nunca han de ser dichas.
Las horas pasan.
Enfermeras de azul, el gremio de limpieza en marrón. De reojo miro el New York
Times que no ha sido abierto y leo el nombre del demonio. Hemos entrado en
época de averno. Podría decir que entonces los pájaros comenzaron a cantar y
salió el sol. Este nunca se había entrado y los otros andarían lejos. Esa
noche, sosegado, eludo las barreras y cruzo Arapahoe. Amarro los cordones de
mis botas. Parecía tiempo de guerra, pero no gimen los heridos, ya no.
20/02/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 21/02/2017
Imagen: Instrumentos de disección sugeridos por Andrea Vesalius
Maestro. Toda mi admiración y un fuerte abrazo, querido Claudio.
ReplyDeleteMaestro tú, Jorge. Me alegra que te gustara. Abrazos.
DeleteCaray... un abrazo
ReplyDeleteCuando todo es de noche y por los puentes no pasa nadie.
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