Hace poco, por
invitación, decidí ponerle un poco de ácido a la política nacional. Llámese
sarcasmo, insulto, lo que deseen, me adhiero a la libertad de expresión del Simplicissimus alemán de anteguerra y el
derecho del ciudadano a ridiculizar al poder, venga de donde venga y esté donde
esté. Cierto que en Bolivia, nación del “eso no se dice”, o se dice a
escondidas y en voz baja, estas expresiones despiertan el celo cancerberino de los
circunstanciales curas que ¡sorpresa! también habitan el lado izquierdo de la
cloaca; baste eso para afirmación de la solidez ideológica de los
connacionales.
Pues bien, heme
allí, animalizando a la jefa de diputados, presidenta interina, posible redentora
a falta del santo maestro, divirtiéndome, porque otra cosa no hace el pueblo
que inventa nombres e historias para defenderse de los amos, y listo. De pronto
en las redes encuentro a un sujeto gordinflón soltando una galga soez en mi
contra, con amenazas y, además, crítica literaria (¡!). Respondo, reflexionando
sobre su físico escasamente dotado para dársela de superhéroe y para qué. Listo
estoy a inundarlo con aquello que mejor hago: mal hablar, pero caigo en cuenta
que no está escribiendo para mí sino para un sujeto superior que le garantizará
dividendos, así no sean otros que una caricia al hocico del perro. Hay personas
acostumbradas a cargar collar toda la vida y mover la colita con ánimo de
conseguir algunas migas. Peor si llevan saco, o terno, una bufanda para darse
tono europeo en su naturaleza andina. Peor si son burócratas, abogados o
“profsionales” que es el vocablo local hacia la gente con profesión. El líder,
Evo Morales, cae en esta característica de comerse la “e” como si de almuerzo
se tratase. Pobres “profsores”.
Olvidé al
Supermán cochabambino, fotografiado en su muro de Facebook con aquel ministro
que llevó con bastante decencia la pollera defendiendo a las mujeres. Punto y
fuera. Que el hueso arrojado lo satisfaga y crezca la barriga.
Vino un par de
señoritas, ojo, no digo doncellas, que me tildaron de asno y que debiera leer
antes de escribir. Gracias, ese es un excelente consejo. Respecto a la talla de
la “gran mujer” señalada por mí, no tengo recelos sino seguridades, y que no
aumento a lo dicho porque allí mismo me echan del terrenito que voy cultivando
en el cielo. Pues, siendo mujeres, a pesar de bartolinas, no fueron tan
drásticas como su antecesor, el bola uya que surca los cielos del Tunari con
capa y tenedor. No importa, desde aquel día me he puesto a leer sin pausa y
menos zozobra, que la ignorancia nos apabulla y trae consigo detritus como las
dudosas damas en cuestión. De esas que te arrojan gasolina y te prenden fuego y
luego te ahorcan con tu cinturón. Cabe aclarar que sus supuestos títulos
universitarios no han domeñado el gozo popular de linchar en sus cabecitas poco
clásicas. Lo de asno… bueno, depende desde qué perspectiva física se observa al
animal, si las orejas o por abajo. Del foco depende la opinión.
Por último,
alguien con el pomposo título de caporal mayor de la comparsa, citando a
Umberto Eco, se suelta en oposición a mi “pésima prosa” con un texto de
antología. Critica, como lo han hecho antes plurinacionales que no pueden
liberarse del síndrome del pongo, mi apellido materno. No hay razonamiento que
les permita entender que uno carga los nombres de sus padres felizmente en
cariño. Me pongo en su lugar y acepto lo tremendo que debe ser el llevar el
estigma del esclavo marcado a fuego por los patrones, mácula que no sale con
agua ni jabón. Dice que ni reencarnándome mil veces llegaré hasta donde llegó
mi objeto de burla. Qué bien. Tal vez para él en su próxima vida aparezca azul
como Vishnu, y arrincone la memoria de su pasado, fisonomía, apellidos, y que
fue ladrón.
¡Y que aprendan
ortografía, Dios!, porque este mayoral me tilda de “criollaso”, y una de las
china supays de “osioso”. Que lea, esta, de Paul Lafargue, yerno de Marx, El derecho a la pereza, aparte del
diccionario.
03/04/17
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 04/04/2017
Ilustración:
Santiago Caruso
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