Tuesday, April 4, 2017

Estirpe de linchadores/MIRANDO DE ABAJO

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Hace poco, por invitación, decidí ponerle un poco de ácido a la política nacional. Llámese sarcasmo, insulto, lo que deseen, me adhiero a la libertad de expresión del Simplicissimus alemán de anteguerra y el derecho del ciudadano a ridiculizar al poder, venga de donde venga y esté donde esté. Cierto que en Bolivia, nación del “eso no se dice”, o se dice a escondidas y en voz baja, estas expresiones despiertan el celo cancerberino de los circunstanciales curas que ¡sorpresa! también habitan el lado izquierdo de la cloaca; baste eso para afirmación de la solidez ideológica de los connacionales.

Pues bien, heme allí, animalizando a la jefa de diputados, presidenta interina, posible redentora a falta del santo maestro, divirtiéndome, porque otra cosa no hace el pueblo que inventa nombres e historias para defenderse de los amos, y listo. De pronto en las redes encuentro a un sujeto gordinflón soltando una galga soez en mi contra, con amenazas y, además, crítica literaria (¡!). Respondo, reflexionando sobre su físico escasamente dotado para dársela de superhéroe y para qué. Listo estoy a inundarlo con aquello que mejor hago: mal hablar, pero caigo en cuenta que no está escribiendo para mí sino para un sujeto superior que le garantizará dividendos, así no sean otros que una caricia al hocico del perro. Hay personas acostumbradas a cargar collar toda la vida y mover la colita con ánimo de conseguir algunas migas. Peor si llevan saco, o terno, una bufanda para darse tono europeo en su naturaleza andina. Peor si son burócratas, abogados o “profsionales” que es el vocablo local hacia la gente con profesión. El líder, Evo Morales, cae en esta característica de comerse la “e” como si de almuerzo se tratase. Pobres “profsores”.

Olvidé al Supermán cochabambino, fotografiado en su muro de Facebook con aquel ministro que llevó con bastante decencia la pollera defendiendo a las mujeres. Punto y fuera. Que el hueso arrojado lo satisfaga y crezca la barriga.

Vino un par de señoritas, ojo, no digo doncellas, que me tildaron de asno y que debiera leer antes de escribir. Gracias, ese es un excelente consejo. Respecto a la talla de la “gran mujer” señalada por mí, no tengo recelos sino seguridades, y que no aumento a lo dicho porque allí mismo me echan del terrenito que voy cultivando en el cielo. Pues, siendo mujeres, a pesar de bartolinas, no fueron tan drásticas como su antecesor, el bola uya que surca los cielos del Tunari con capa y tenedor. No importa, desde aquel día me he puesto a leer sin pausa y menos zozobra, que la ignorancia nos apabulla y trae consigo detritus como las dudosas damas en cuestión. De esas que te arrojan gasolina y te prenden fuego y luego te ahorcan con tu cinturón. Cabe aclarar que sus supuestos títulos universitarios no han domeñado el gozo popular de linchar en sus cabecitas poco clásicas. Lo de asno… bueno, depende desde qué perspectiva física se observa al animal, si las orejas o por abajo. Del foco depende la opinión.

Por último, alguien con el pomposo título de caporal mayor de la comparsa, citando a Umberto Eco, se suelta en oposición a mi “pésima prosa” con un texto de antología. Critica, como lo han hecho antes plurinacionales que no pueden liberarse del síndrome del pongo, mi apellido materno. No hay razonamiento que les permita entender que uno carga los nombres de sus padres felizmente en cariño. Me pongo en su lugar y acepto lo tremendo que debe ser el llevar el estigma del esclavo marcado a fuego por los patrones, mácula que no sale con agua ni jabón. Dice que ni reencarnándome mil veces llegaré hasta donde llegó mi objeto de burla. Qué bien. Tal vez para él en su próxima vida aparezca azul como Vishnu, y arrincone la memoria de su pasado, fisonomía, apellidos, y que fue ladrón.

¡Y que aprendan ortografía, Dios!, porque este mayoral me tilda de “criollaso”, y una de las china supays de “osioso”. Que lea, esta, de Paul Lafargue, yerno de Marx, El derecho a la pereza, aparte del diccionario.
03/04/17

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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 04/04/2017

Ilustración: Santiago Caruso 

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