Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Hace una semana
la situación de Donald Trump, presidente, en cuanto a las relaciones de sus
subordinados (y suyas) con Rusia, que están siendo investigadas, empeoraba; más
y más la prensa, que sí está ahora en guerra con un individuo que la desmerece
e insulta, iba desgajando el tenebroso entretejido de espionaje, posible
traición, enriquecimiento ilícito, coimas, favoritismo y... Había que hallar
una salida, y pronto.
Nada mejor para
líderes autoritarios en situación delicada que una reacción hormonal, que
apunta a eso en la población: un ataque terrorista, un acto de guerra,
cualquier posibilidad factible, y por lo general escondida, de enterrar la
crítica y juntar fuerzas con los opositores, e investigadores en este caso.
Sucedió. La oportunidad la dio Assad, el sirio, o, posible, Rusia con o sin la
venia de Assad. Mejor que un atentado del fundamentalismo islámico era, sin
duda, un bombardeo con armas químicas, la multiplicación de horrorosas fotos de
niños agonizando como si no lo hubiéramos visto ya, a diario, en esta brutal y
vergonzosa guerra civil. Sucedió, dijimos, con el mejor resultado para Trump,
el olvido, temporal, parcial, definitivo de la investigación en curso. No se
habla, no con el énfasis anterior, de lo que era multitudinaria opinión hace
unos días. Opinar, hoy, refiriéndose a ello, tendría la pesada carga de
antipatriotismo que este pueblo esgrime tan bien y con tanto yerro.
Imaginemos. Putin
dice a Trump: haré lo siguiente, con permiso o sin permiso –lo dijimos- del
gobierno sirio a quien mucho no importa la vida de sus ciudadanos si ha de
satisfacer expectativas mayores de poder y riqueza. Trump responde que
bombardearía entonces e iniciaría un ácido altercado verbal con los rusos.
¿Quién podría entonces afirmar que The Donald comparte intereses con The
Vladimir? Perfecto, echen a los niños al matadero y que chillen los tontos. Lo
extraño es que de la andanada de misiles ninguno apuntó a las pistas de
despegue. La burda disculpa del autócrata gringo fue que estas eran baratas.
Habló el constructor… No creo haber visto fotografías de aviones destrozados.
Al fin, no resultaría difícil quemar un poco de chatarra y ennegrecer bunkers
para satisfacer el ego marcial del guerrismo norteamericano. Eso basta cuando
un pueblo vive de mitos, el de la invencibilidad pedante de las tropas de los
Estados Unidos. Olvidaron la paliza de Vietnam, y los larguísimos años
inefectivos de Irak y Afganistán.
Como corolario a
la proeza patria, Trump envía portaaviones al mar de Corea. La amenaza está
ahí. Otra vez, en el imaginario yanqui, el país ha alcanzado la cima de la que
nunca debió bajar. Si todo fuera así de sencillo.
El circo
trumpista flota en el limbo. Cada uno de sus jerarcas, menores y mayores opina
sin ton ni son. No es el arte de las contradicciones sino la ineficacia y la
vulgaridad infantil del mando. En suma que se logró éxito en ensombrecer el
panorama, en hacer cortinas de humo sin suponer siquiera que el viento se lo ha
de llevar eventualmente. Aprovecha Trump, para ganar posiciones para su familia
en una lucha interna seudo-ideológica. Hay purgas al parecer y significantes en
cuanto a su proyección internacional. Que esto implique que el presidente desea
alivianar el peso negativo del estado, no lo sabemos. Demasiada confusión para
tan poca clase.
Que existen
imponderables, por supuesto. El orate norcoreano es tan impulsivo e irreflexivo
como su contraparte. Lo que semeja ser un trato macabro entre Rusia y USA puede
terminar en desastre. Esperemos que no, y si no, qué queda y por cuánto tiempo
de esta aventura nebulosa. Habrá con ello Donald sosegado a los caza-fantasmas
o es solo un intervalo dramático de una opereta bufa.
10/04/11
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 11/04/2017
Imagen: The Boston Globe
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