Violín, acordeón
y contrabajo. Por la ventana llegan efluvios marihuanos. Denver se ha
convertido en humo de hojas verdes estrelladas. Pero no estoy allí sino en
Kazimierz. Estas paredes son demasiado antiguas; las piedras se han puesto
negras por silencio y dolor. Nadie fuma en este lado del espejo. Tres judíos
caminan con sus instrumentos, van a la fiesta de la muerte. La ventana y sus
olores pertenecen a otro mundo.
El Vístula se
dobla. Dicen que es una serpiente.
Miro atrás,
cuando era joven, novio, malcriado y tonto. El arco acaricia el violín, seduce
el contrabajo. Miro a cuando no era padre, a cuando no debí serlo. Estas calles
guardan secretos de muertos. El alcohol se ha evaporado del desmayo en Coña
Coña. Trashumo el universo que junta Cracovia y Cochabamba como si estuviese
borracho y no lo estoy. Detrás de mí va un corro de mujeres hilarantes y
desdichadas. Se mesan los cabellos, tiran botellas, susurran mi nombre y lo
maldicen. No hay sosiego de tierra de dios. Huyo.
Mi padre corta
pan negro alemán; pesa un kilo. Lo unta con pasta de hígado: café rojizo sobre
negro, un cuadro de Pascin. Los bulbos de la iglesia en la plaza Colón imitan
malamente algunos de Kazán. Domingo de ramos. La vagoneta verde parqueada en
uno de los costados. Las indias tejen con palmeras el recuerdo del Cristo
sacrificado.
Tengo que
escribir una novela y el cielo raso ha caído sobre mí. Tormenta de madero y
yeso. Me emblanquece para hacerme fantasma pero hay demasiada luz para penar.
Me miro atrás, en un tiempo que era y no, feliz. Agarro lecturas chinas y me
adentro por una calleja de Kazimierz por donde marcharon los duelos. Sufren
músculos y articulaciones, una andanada de piedras los masacró. Los amigos
preparan carnes al fuego y enfrían el ron. Me llaman pero no contesto. Ya mudo.
El perro camina
apenas. Las vértebras cervicales se le hacen polvo. Perro sísifo. Los troncos
blancos del árbol que gime se cubren de hongos. Kazimierz apaga sus luces el
43. Arrastro los pies hasta la cama y duermo con ojos abiertos y en los oídos
la bocina del vendedor de helados que pasea en la oscuridad. Después nada.
23/08/17
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Fotografía: Roman Vishniac/Entrada de Kazimierz, distrito judío de Cracovia
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Fotografía: Roman Vishniac/Entrada de Kazimierz, distrito judío de Cracovia
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