Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
¿Qué se
podría decir de Odessa? La noble decrepitud. ¿Y Roma? La urbe que se puede
caminar. Porto es un colinar (panal de colinas) con expresiones humanas de
arquitectura sin par. Todas tienen su velo claro y su oscura mortaja. Mi amigo
Víctor rememora que mi novela cochabambina empieza en una conocida esquina de
Caracota, que para el desconocido puede no tener significación pero para la
barriada tiene nombres, en cada puerta, cada rincón. Una esquina que en la
noche aquella chisporroteaba de anticuchos, hot dogs a la cochabambina y
sándwiches de apanado.
No puedo
decir que conocí Odessa y Roma en lo íntimo de su espíritu, el de la comida
popular, el que rescataba el desdichado Anthony Bourdain en su
sociológico/gastronómico paseo por el mundo. Quizá algo en las orillas del Mar
Negro, mucha comida turca de calle, sabrosa pero sin alcanzar la delicia
sudamericana, aunque en los restaurantes caros probé sofisticaciones culinarias
de imborrable sabor: medallones de conejo con puré, por ejemplo. Y la ausencia
de picante en Ucrania; el peri-peri de Portugal…
Cochabamba
es el bazaar de la comida. Existe tradición y la voz traspasa incluso
generaciones, como los sillpanchos de las hermanas Hilera, en la Santiváñez
final, que viene en voz desde mi abuelo y cruzó mi padre, mi infancia,
juventud, y la circunstancia actual todavía no definida entre la cima y la
caída. Mil ejemplos: los enrollados al lado de la cárcel de San Sebastián, los
chorizos de la Simón López (fallecidos), los trancapechos de la América oeste,
los choripanes del puente. Ciudad de puntos fijos, iluminados a brasa, parte de
la idiosincrasia y como tal de la cultura.
Orgullo
local, además. Preciarse de la mejor esencia de la mixtura racial, del
condimento y el color de la salteña hace parte del ser cochabambino. Cochabamba
se sofistica, el lujo llega a los establecimientos; calcar la muy nuestra
también por tanta emigración cultura norteamericana y trasladarla al valle
tiene éxito variado. Me pregunto hasta dónde aguantará la primacía de la cocina
popular y callejera sobre el modernismo de la comodidad y la “americanización”.
Tal vez hasta que mi generación se acabe y con ella mueran los remanentes
rurales, aquellos de la dualidad patrón/pongo, y la herencia mestiza del largo
rito de la cocina, posible solo por la servidumbre.
Calvino en
Bajo el sol jaguar penetra en los arcanos del sabor. México es un universo
aparte, casi un mercado chino. Recuerdo el asombro de Bernal Díaz del Castillo
ante Tenochtitlán, el zoo de Moctezuma, los animales, las hierbas.
Cada
detalle se remonta a ancianos antecedentes. Cuando las cholas sacabeñas limpian
los gigantescos peroles de cobre donde se tuesta el chicharrón con ramas de
molle uno creería en la falta de desarrollo, en la mugre, la ignorancia, la
impericia. Pero detrás de esas múltiples hojas, la viscosidad del jugo del
molle, su fuerte olor, se esconde un poderoso antiséptico. No dudo, fuera de
sus cualidades de limpieza, que algo queda de la esencia del árbol que se
trasladará al puerco en la cocción y le dará el gusto único que ese plato tiene
allí.
Vuelvo a
Bourdain, el maestro de la comida de calle. Él supo de lo esencial de
comprender a los pueblos a través de lo que comen. Y para ser colectiva esa
comida tenía que ser popular. Sin desdeñar lo gourmet, claro, que incluso puede
captar detalles del alimento de la gente pobre para adecuarlos a su entorno
rico. Es válido, por supuesto; lo gourmet es un arte finalmente. Pero donde
aprehenderemos lo íntimo de cualquier urbe, villa o país, está en sus rincones
que un día fueron secretos y hoy son muchedumbre.
13/03/19
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Publicado
en SÉPTIMO DÍA (EL DEBER), 17/03/2019
Imagen: Esteban Rodríguez Brizuela
excelente descripción de la comida criolla cochabambina pero lo que esta perdiendo la llajta es su ayllu con tanta construcción moderna sin respetar lo colonial y republicano que aun queda.No existe preocupación en las autoridades el respeto por lo antiguo
ReplyDeleteexcelente descripción de la comida criolla cochabambina pero lo que esta perdiendo la llajta es su ayllu con tanta construcción moderna sin respetar lo colonial y republicano que aun queda.No existe preocupación en las autoridades el respeto por lo antiguo
ReplyDeleteNingún respeto, ningún criterio. La destrucción de lo republicano/colonial acabó con el centro cochabambino. Poco sobrevive y hasta cuándo?
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