Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Tema
febril, pero mejor que los consabidos, tristes, desquiciantes, asquerosos
momentos que tenemos (lo recalco) que escribir acerca de las divas del sexo
revolucionario: Evas, Evos, Maduros y maduras, para no olvidar y anotar el
desastre hasta que tengan que pagar. Que lo han, no hay duda, y a la mala.
Horcas, hoces y martillos se preparan, afilan, amarran para el momento preciso,
la sima de los tiranos, las barrancas de su desafuero y muerte.
Pero no se
puede vivir en la espera, en los tal vez y los quizá. La historia no se arredra
ante los bravucones; las hienas suelen reír en los estrados y llorar en las
mazmorras. La Hiena, en especial, esa mujer que da amores, dicen, a los eternos
curacas del averno entre papeleos y meneos de su curul “democrático”. A todos
les llega el instante; a todos nos.
Sigamos.
Del amor y
otros demonios, afirmaba el Gabo, que de putas y amores de puta sí sabía.
¿Acaso, pregunto, difiere ese amor del de otra mujer? No, claro que no, por
supuesto que no. Amor de puta es también amor de mujer. Hasta ellas mismas, las
de la muchedumbre, pobrecitas algunas, repiten como loros parlanchines que son
damas en la calle y putas en la cama. El dicho popular, la cursilería machista,
y feminista machera, acuna necedades como esa. Si me preguntaran, alguna vez lo
hicieron, qué hubiese sido de ser mujer: “puta”, he respondido.
Indalecio
Prieto, creo que en el Madrid sacrificado -lo cuenta quizá Dos Passos- ayudó a unas
mujeres de negro a salir de las cloacas en que se escondieran para evitar las
bombas. Preguntó el ministro si eran “hermanitas” o “monjitas”. No señor,
respondieron, somos putas.
Pero,
parece que el autor está confundiendo palabras y en lugar de hablar de amor lo
hace de meretrices. El hecho de poner título a un artículo no garantiza, para
nada, ni obliga, a que se tenga que hablar de ello. Hay que ser disidentes
hasta de uno mismo. Derecho que nos acoge y acogemos, en bien y mal.
Venía el
tema del amor debido a que entre las muchas ventanas que se abren cuando se
está en el ordenador salió una llamada Tentaciones. Y como no somos San Antonio
para repelerlas, le eché una mirada a la página en que anunciaban mujeres
locales. Me había dicho un primo de nombre impronunciable que había aquello,
que si sexo se buscaba, sexo diario había en todas las ciudades de los Estados
Unidos, que se podía ser selectivo, informal, vicioso, pervertido, recatado
pero ardiente y tonterías varias para llenar esa simple necesidad de las
pieles.
Mujeres
casadas anunciando la partida en viaje de maridos; muchachas despechadas por
quiebres y divorcios. Las hay en todo el mundo, pero primera vez que lo veo en
anuncio casi comercial, con fotos explícitas para que el solitario o lo que
fuere sepa a qué atenerse. No quiero una relación, ni enamoramiento ni drama,
decían algunas sofisticadas de cabeza fría. Una mujer no quiere cargarse un
crío, se entiende, pero no lo comprenden los machos. Por eso se desesperan.
¿Búsqueda
de afecto? ¿Hay afecto en el placer? ¿O cuestionarse demasiado no ayuda? En la
duda se desvanecen los humos del deseo y del amor. Miro esos rostros, tetas de
toda especie de frutas colgantes, puntiagudas, paltas y duraznos. Berenjenas y
sandías. Ojos azules, cabellos negros. Nombres no, que son privados, que hay un
pacto de honor, de “caballeros”, de nunca descubrir el objeto (mutuo) de su
saciedad. Lo que en el lecho (por nombrar lugar común) se cueza, allí se queda,
que un día el marido retorna y besa a la esposa y le pregunta si lo ha
extrañado. Pero claro, una cosa no tiene nada que ver con la otra, supongo.
24/03/19
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Publicado
en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 26/03/2019
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