Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
La trágica
mascarada del suicido de Alan García solo confirma que estamos metidos en la
boca del lobo. Del chacal, mejor dicho, el de la risa cobarde y la pasión por
el latrocinio.
¿Qué pasó?
Se suponía que la política era un arte. Ligada al intelecto, conocimiento,
olfato, astucia, visión y perspectiva. De pronto, arriba, se entronizaron
rateros de poca monta, Garcilineras que hasta roban en los bocadillos que se
entregan en el avión. ¿Capaces de crear ideología, de fundar escuela? Si lo
único que saben es lo más sencillo que existe: alargar la mano para robar tanto
como para limpiarse el culo. Ni hablemos de derecha o izquierda, de Lula o Alan
García, truhanes de mala muerte que jamás fueron lo que desearon ser y
quisieron alcanzarlo como majaderos y delincuentes.
No sé, tal
vez me equivoco –o nunca se puede leer tanto como para afirmar-, pero ha habido
en la historia gente que se dedicó a ello con fervor. No cuento de los muertos
útiles, por miles o millones, que en nombre de habladurías con tinte de ideas
se hicieron matar. ¿Para qué?, me pregunto, para engrosar el abono en beneficio
de los maleantes. El ser humano… buena mierda, con excepciones. Leo, de pasada,
hoy, que Johnny Rotten, el más radical del movimiento punk, se queja que los
mendigos invadieron su exclusivo barrio angelino. Mejor morirse, y razón que
tenían Hendrix, Morrison y Joplin, para no caer en la demencia genital y
general que nos transforma en macacos adornados de lentejuelas, con acciones
que ahogan la voz, matan la palabra.
Suicido es
lo menos que pueden cometer. Sabido es que ni a cielo ni infierno nadie se
lleva nada, y que en aquellos supuestos espacios de bienaventuranza y castigo cabe
exhaustiva selección. Club exclusivo. A los que se deja de lado, pues purgan
por ahí, en lamentación eterna. Que si existen, los espacios estos, sabemos que
al señor Morales, inca con alma de conquistador, le espera mortificación
medieval. Achachilas y demás patrañas perecerán ante la patraña mayor. O, peor
castigo, ahí en la tierra se hacen polvo y no existe memoria, ni recuerdo, ni
nada. Entonces, dada esa posibilidad, a robar, a robar que el mundo se va a
acabar. Pero a veces se termina antes de lo pensado, caso presidente peruano, o
son manos ajenas las que se encargan de acortar la vida de los amos. Que no
quepa duda que siempre hay, y muchos, quienes por motivos diversos, incluida la
envidia, se desviven por ajustar la cuerda de los mandamases.
Parece que
en el Perú, y Brasil, a la presidencia le sucede la cárcel. Sana costumbre que
hay que imponer en Bolivia. Aunque más expeditivo, claro y limpio, sería el
paredón para los que hacen usufructo del Estado. Estaría el dificultoso factor
numérico en nuestro país, porque para acabar con los galardonados masistas
habría que instalar ametralladoras en cuatro esquinas y apretar el gatillo. Este
club de violadores y cuarenta mil ladrones, masivos como son, necesitan solución
masiva. El riesgo en está en caer en una suerte de “solución final” nazi que no
le haría bien a nadie, pero que estaríamos mejor sin este forraje inútil, por
supuesto que sí.
Ojalá que
lo sucedido con García en el Perú se convierta en síndrome de los gobernantes
de América Latina, con clases especiales para que no yerren el tiro y se vuelen
las cabezotas inútiles sin costo para los contribuyentes. Eso, o alistar una
generación de verdugos, y hasta sicarios si se diera la necesidad, que barran
con la escoria y dejen los zócalos limpios. Otra vez, caemos en una especie de
fascismo desenfrenado. Pero ¿a alguien le importa ya, en el muladar en que
habitamos, la forma y la destreza con que nos liberemos de esto?
28/04/19
_____
Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 30/04/2019
Imagen: Jan Saudek
No comments:
Post a Comment