Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
No sé.
Pensar, escribir. El mundo es tan ancho, tan intenso, variado e interesante. Y
uno tiene que perder el tiempo con un par de jumentos coronados porque alguien
tiene que hablar. Pesa que las horas se vayan detrás de los pasos inmundos del
cabezón aquel y su sílfide acompañante.
Solo un
asno, un imbécil, puede querer pasarse la vida gobernando y robando. ¿Dónde
queda la esencia humana, la intimidad, la delicia de saberse y estar solo?
Consigo mismo… ¿Qué tipo de animalejo tiene uno que ser para desear sirvientes?
No son los millonarios los que permanecen en la historia, no son los tiranos.
Quienes dan forma a la humanidad son los hombres simples, los artistas, los
individuos, no cualquier caballo que no tiene otra cosa para llenar su vacío
que la idolatría ajena. El mismo robo… ¿Cúal es el fin? Lujo, mujeres, hombres,
eunucos, transgénicos, fetiches, vicios, todo lo puede comprar el dinero. No
sirve si en la cabezota no hay otra cosa que excremento, si el tipo cree ser
más de lo que es, si construye museos para sí, si incendia como Nerón y abusa
como Trujillo.
Triste el
país que tiene un monstruo encima. Extraño metabolismo ese, de digerir mierda.
Como siempre trato de evitar pensar en las opiniones despectivas acerca de los
pueblos, pero llega a ser casi imposible no imaginar que si el pueblo traga
mierda, mierda es.
Vanidad…
Bolívar vanidoso. Páez y Santander, que eran lo suyo, lo acusaban de emperador.
Pero Bolívar era un hombre de grandeza tal que se lo permitía. No quiso ser
rey, no; al leerlo se ve claro lo que quería. Y ahora lo emulan bufones de la
peor especie. Lumpen bolivarianos, rateros, delincuentes, pedigüeños, desde el
tuerto y cornudo Kirchner, pasando por el ladrón Lula, el saltimbanqui Chávez,
el marica Correa, y este par de especímenes en casa, lombrosianos dignos del
museo de Ripley.
Escucho
música venezolana. Ahí viene Montilla… un hombre tan valeroso y a Montilla lo
han matado… Pienso en los “valerosos” gobernantes de Bolivia. En primer lugar
no sirven para nada; buenos para lo malo, no en el sentido inteligente de
Lucifer, sino en el de la angurria ingobernable de los estúpidos. No se
rebelaron contra nada. Jugaron con las coyunturas, reunieron lambiscones para
que amamantaran de sus pequeños testículos y pare de contar. Ni ideología ni
programa. Muestran, sí, que para que Bolivia progrese, hay que deshacerse de
mucho. Sonará hitleriano, otra noche de cuchillos largos, pero parece que las
opciones se terminaron. Si tuvimos taras pues se acentuaron. Estos nos han
convertido en un pueblo tarado, país fallido, cobarde, nauseabundo, detestable
y despreciable. Si queremos seguir así, valga, pero hasta para las decisiones
tontas hay límites. Se darán en lo económico, en la desintegración social. Pagaremos
bien largo. Aceptarlo o evitarlo. En medio no hay nada. No pasa por la elección
sino por la reacción.
La historia
es larga con la traición de los comunistoides, los vividores del legado de
quien fue tal vez un gran filósofo: Marx, que poco tiene que ver con los
vendedores actuales. Sobre Rusia se decepcionaron Gide, Istrati y Jorge Amado. Faltan
dedos para contar la decepción ante la gran mentira socialista. Peor ante la
mentira del falso socialismo, del llamero y el sacristán, y de los que los
rodean, comenzando con el ojoso y la lacra campesino originaria y no sé qué
otra adjetivación que ni interesa.
Papini
hacía decir a Vladimiro Ilich que diez millones de campesinos valían lo que un
obrero. Bolivia vale entonces uno y medio ¿será? Hay que terminar con
subjetivismos y ver la realidad. Ni ilusiones ni inventos. Hoy se muestra lo
que cada uno es. Y cada uno debe recibir por lo que hizo, de abarca o de
corbata. Tábula rasa.
15/09/19
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 17/09/2019
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