Evaristo
(alias Evo) escapa. No tiene problemas con dejar lo poco que guarda en el país.
Afuera lo esperan billones. Al otro, al sirviente encorbatado, también. Pero
hay tristeza: se acabó el reinado de Momo, se entierra el carnaval; terminaron
los dólares y las niñas vírgenes y tanto que no sabemos.
Nunca más
el reino eterno; de pronto no había sido verdad que era el elegido, el
intocable, mesiánico. Sus acólitos se mimetizarán entre el público, y si para
desgracia suya el tumulto entra en palacio, ellos serán los que se ensañen por
encima de otros sobre el cuerpo mutilado del difunto presidente. Ellos, los que
lo veneraron, demostrarán ser los furibundos. Total, acostumbrados están a
linchar. El perro rabioso muerde al amo. Y lo van a morder.
Un
individuo llamado el Che Huevara, versión boliviana de Ernesto Guevara, amenaza
con convertir el país en Vietnam, y/o previene a los gringos no meterse en otra
tragedia como aquella. Che Huevara no es el Viet Cong. Che Huevara es ladrón de
camiones y chulo. Existe una gran diferencia. Verborrea de la hidrofobia. Ni le
presten atención.
Sintomático
el silencio del ejército (tal vez me equivoco). Puede ser que algunos
ilustrados del montón entiendan que se juegan su existencia como institución.
Va en serio. El dictador está solo. No es Víctor Hugo, escritor, que para su
entierro reúne un millón de personas; ni Durruti. Creo que Huevara estará más
interesado en escapar que en cuidar al fantoche. Solo, en palacio, con su
pelota de fútbol y la mano en el miembro lo encontrará la historia, antes del
sacrificio.
Nadie lo
llorará, ni la Zapata, ni el zapato. Ni lo enterrarán en el museo de Orinoca. Ni
siquiera lo van a embalsamar.
Si por suerte
escapa, hay recursos legales, jurídicos para hacerlo retornar con grillos. A su
musa, el Ñusto, también. Cuando suceda tendremos que hablar fuerte y pedir
cambios en la Constitución bajo enseñanza suya. 30 años de cárcel no es
convicción suficiente; es feroz pero no letal. Cambiar la ley para que delitos
de Estado, mayores como sabemos, y que incluyen traición a la patria, tengan
castigo ejemplificador, ese que manda al infierno sin escalas. Siguiendo una
lista de jerarquías, sin distinción de género, para que no suceda otra vez.
El reloj de
Choquehuanca marcha al revés. Se revierte la historia. La barracuda muere por
su propia boca; el perro se mordió la cola. Adiós.
2019
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