Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Jueves que
parece sábado. Será porque salimos con mi hija Emily, como hacemos cada fin de
semana. Brilla el sol de noviembre radiante. Feriado federal. Emily trabaja
para el Ministerio de Empleo. Parece sábado. Husmeamos tiendas de segunda, por
vasos e interesantes chucherías. Consigo tres discos: Carlos Gardel, folklore
eslovaco, Renaud, canción francesa. “Varón pa´ quererte mucho”, milonga
sentimental que arrolla ahora el acordeón eslavo. Comemos un tipo de empanadas
uzbekas y armenias. Sabrosas. El café se escurre; el chocolate se queda en la campanilla, pegado.
Llego a
casa. El ventanal es todo un sol. La mansión Cass apenas se puede ver con el
brillo. La fotografío, juego con el teléfono para que la imagen salga desde el
fondo de la claridad. De pronto, entre los árboles, casi fantasma, aparece la
chimenea. El tronco grande enfrente presenta jaspes de lepra blanca. He
atrapado la luz, la he apartado, mejor, como cortina para hurgar en la imagen
detrás.
Suenan las
cuatro. Horas han pasado. Converso con amigos, escribo, leo pasiones de Julia
Roig, miro la estatua de Sholem Aleichem en Kiev; derriban su última casa, el
patio donde creó al lechero de su pueblo mítico. Suenan las cuatro de la tarde
y un tango eslovaco. Polvo de Joseph Roth, de Kafka, de Franz Werfel y Julius
Fučík. Pero, con tristeza lo digo, feudo de Heydrich y Frank, también. A las
cuatro y cinco debo encender la luz. Una inmensa nube se ha posesionado del
presente. Anoche escuchaba en mi periplo nocturno del otro lado bandas
militares checas, del tiempo del comunismo. Melancolía austrohúngara, el mundo
de ayer inmiscuido y sin vuelta atrás en la pétrea córnea andina que es mi
marca, mi mácula y mi bendición.
Corto este
fluir para escuchar el mensaje de Miriam. Estuve en el velorio de Angélica,
dijo, y fue tan emotivo. Su hermano habló del “más feliz período de ella,
cuando trabajó en Fragmentos”. Mencionó nombres que sabemos los que sabemos y
leyó mi breve homenaje. Terminaba de leer, y sobre el féretro se alzó la voz de
Cesária Évora, desafiante, bailante. Los años dieron un giro y otra vez
estuvimos todos, atareados con ollas y sartenes algunos, con cachaza y tequila
los otros, mientras la morna en su faz de saxofón navegaba contra viento y
marea desde las islas verdes del cabo hasta la sequía de Alalay donde se habían
reunido para despedirla.
Nada somos,
mienten, porque todo lo somos.
11/11/2021
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Fotografía: CFC, 2021
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