ROSARIO BARAHONA
Ríos de palabras sueltas con todo ton y con todo son. Saetas clavadas en el corazón de San Sebastián. El alma en pena de Jack Kerouac paseando por El Prado de Cochabamba, narrándonos secretos varios.
Tres expresiones,
y aún una cuarta: el don de comprender las cosas, asiéndolas, palpándolas con
los índices y los anulares o acariciándolas como se acaricia el suavísimo lomo
de un gato angora. Fue difícil elegir una de ellas para escribir este texto,
suerte de apuntes de presentación, porque todas son per se en el libro que
ocupa ahora nuestras manos temblorosas. Por eso elijo conscientemente las tres,
y tal vez las cuatro, por ser ambos números
(tres y cuatro) místicos, cargados de significaciones.
Este libro
se encuentra atiborrado de una trama de pensamientos, pensamientos
entrecruzados que, acaso, sueltos, liberados y lanzados al viento, al fango o
al precipicio, logran expresar, por un lado, las impresiones primarias que
Claudio Ferrufino-Coqueugniot ha experimentado tras un suceso trivial o no,
mortal o no (Escribir,
por duro que sea, no lo será tanto como sobrevivir), corporal o no (Nunca es tarde. Tus músculos, tu sangre, no te
van a engañar), onírico
o no, ya se verá. Por otro lado, -y también, por qué no- se logra expresar el
fondo de las cosas que se sedimentan en la memoria, las que maduran con el
tiempo como el buen Syrah que Claudio bebe en sus domingos caprichosos, las
cosas que se comprenden más -no mejor, no, o no necesariamente- a fuerza de la
dura adquisición de experiencia, intuición y tiempo, ante todo, tiempo, sin el
cual serían imposibles adquirir las dos primeras.
Claudio mira de
frente las cosas del mundo, con embeleso y a veces, con horror. No como
nosotros/as, los otros/as las miramos, a veces descuidadamente, a veces
aprensivamente, o por lo menos, las cosas no lo miran a él como a cualquier
mortal, sino como a un ser desaprensivo. Quizá por esa cualidad, él puede asir
las cosas que todos conocemos haciéndonos pensar en las miles de posibilidades
en derredor de ella, mientras percibimos con pasmo que en realidad no conocemos
nada.
Pues bien, una
precisión previa, quizá suerte de advertencia. Las palabras de cada párrafo de
este libro son en su mayoría independientes, como si cada uno gozara -y goza,
en efecto- de vida propia. Casi cada párrafo cuenta de por sí, su historia. A
partir de cada párrafo es posible tejer y destejer, como Penélope, toda una
odisea antigua. Eso sí, cada párrafo es como una flecha clavada en el corazón
de San Sebastián, haciéndonos pensar como habrá pensado el santo durante su
agonía, cuántas rápidas preguntas podrán hacerse en una lenta agonía: ‘por qué
esto y por qué aquello, por qué la difuminación de la niebla en mi memoria, por
qué sé ahora que tenía y aún tengo tal o cual recuerdo y por qué no lo he
recordado sino hasta hoy, y por qué el bosque peligroso y lleno de secretos
sucumbe ahora, como luz cegadora ante mis ojos y por qué, de repente, este
dolor sobre mi corazón’.
El ejercicio de
mirar las cosas desde otros ojos, sería, pues, una respuesta aproximada.
Pero al
mismo tiempo este libro es mucho más. Prácticamente carente de personajes
como tales debido al carácter o formato de estas páginas (retazos narrativos
cosidos con originalidad y tiento), también es la voz fantasmal de Kerouac por cierto, un fantasma que flota,
suspendido en el aire por el poder de su palabra penitente que permite que, a
través del ojo y tacto de Claudio, comprendamos más aun aquellas cosas que
interpelan, intiman, confrontan, resuenan y aunque se olviden, no se olvidan,
pues tienen que ver con lo primigenio de la experiencia humana de nuestro
autor (‘como Jalisco fue para Rulfo’- parafraseo a
Claudio- pues Cochabamba es para Claudio): la soledad de los domingos, los recuerdos que
pesan de la lejana Bolivia, de la reciente visitada Rusia, el amor y la sangre
en ambas.
Si bien Nuevos textos de memoria antigua no es
una novela, pero Claudio es, sin embargo, novelista, me permito citar a Henry
James, quien, en un ensayo suyo comenta sobre el novelista como un historiador
de las emociones:
Un novelista es
un historiador: el curador, el guardián, el expositor de la experiencia humana.
Pues eso es
cabalmente Claudio Ferrufino-Coqueugniot, una voz propia que retumba incólume y
viva, no solo a través de fantasmales voces de poetas muertos, sino a través de
su potente pluma que escribe con desafuero y desaprensión.
Todo es en este
libro, menos silencio.
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Contratapa para NUEVOS ESCRITOS DE MEMORIA ANTIGUA, Noviembre 2021
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