Claudio Ferrufino-Coqueugniot
A raíz de la
lectura de un subyugante libro de Joseph Kessel, El valle de los rubíes,
retomé el gusto por un tipo de literatura que llamaríamos entretenida. No hay
exigencia de parte del autor de despertar controversia o dar espacio a
elucubración filosófica. Escribe para entretener. Su tema: un misterioso y
exótico valle birmano donde crecen los rubíes más grandes y puros del orbe.
Una milenaria tradición minera existe en el lugar. Los reyes de Burma colgaban
rubíes gigantes de las orejas de sus elefantes mientras se presentaban al
pueblo cubiertos de oro. El monarca poseía las minas y los excavadores solo
podían quedarse con las piedras de menor tamaño. Así crecieron el robo y el
castigo, cuando la furia imperial al verse despechada en su confianza
ejercitaba la mayor crueldad posible en contra de los transgresores.
El valle que describe Kessel, cuyos personajes arriban a Birmania por negocio
de piedras preciosas, y sueñan con un mítico tesoro de rubíes y zafiros dejados
por un antiguo dacoit (bandolero) y perdido sin noticia, es el valle de Mogok
que aún continúa produciendo las piedras de mayor cotización. Un rubí puede
costar más que el mejor diamante y la junta militar que gobierna Myanmar
(Burma, Birmania) bien lo sabe.
No es casual que Hollywood se encargara de llevar a la pantalla películas sobre
los libros de Kessel. No sé de una acerca del valle fantástico, sito al norte
de Mandalay, pero de niño vi Los centauros, en Cochabamba, sobre
otra novela del escritor -Los jinetes- y que trataba de los maravillosos
hombres de a caballo de Afganistán. Omar Sharif tenía el papel protagónico.
Kessel fue miembro de la Academia Francesa. Judío de origen, nació en Entre
Ríos, Argentina, y se crió en Rusia hasta su traslado a la capital francesa
cuya nacionalidad adquirió. Aventurero y viajero incansable, sus márgenes
abarcan todos los confines, ora está con los rudos jugadores del buzkashi
afgano como con los guardias españoles del Río del Oro o los bohemios de París.
Su libro La estepa roja, escrito en 1922, hizo que Néstor
Majnó jurase matarlo; eran los estertores finales de la guerra civil rusa que
sucedió a la revolución...
Kessel representa una casta de notables escritores franceses que optaron por la
aventura y el riesgo como modo de vida. No fue André Malraux el menor, e
incluso el románticamente lloroso Antoine de Saint Exupéry puede considerarse
entre ellos. Parte de la controversia entre Pierre Drieu La Rochelle y Malraux
fue esa: que uno era un hombre de acción y el otro no, aunque quiso serlo.
Este tipo de literatura se acerca al cine. No extraña que la fílmica se nutrió
de guiones allí. Ejemplo claro Las minas del rey Salomón, con la
serie de variantes que se hizo sobre la novela de Rider Haggard. Cuando la leí,
en una mínima biblioteca de escuela secundaria, adoré el éxtasis de la búsqueda
y del misterio. Era retomar a Salgari y también a Dumas, a pesar de que Dumas
padre es un catálogo de información histórica y excede la mera distracción.
Recuérdese La Reine Margot (1994), de Patrice Chéreau, basada
en la novela homónima de Dumas -favorita de mi madre en su juventud-. Fuera de
las deducciones de carácter histórico-social, es entretenimiento de primera,
pleno de intriga, pasión y de romance si se quiere. No en vano Arturo Pérez
Reverte emula a El conde de Montecristo en su soberbia
novela La reina del sur. Múltiples ejemplos, hasta el Quo
Vadis? de Sienkiewicz, o Los últimos días de Pompeya de
Edward Bulwer Lytton, autor que perdió la presencia que tuvo en la literatura
inglesa y se desprecia hoy, pero cuya obra sobre los aciagos días de la
erupción del Vesubio impresionó mi niñez. Libro que volvería a leer con gusto
si la copia que poseo no estuviera escondida en alguna caja de algún depósito
en algún país.
A veces literatura semejante puede hacer de profilaxis. Joseph Kessel, a quien
volví después de veinte años, proveyó un intervalo de calma en medio de las
tormentas de leer acerca de Arthur Koestler durante la Guerra Civil Española y
el actual Nocturno de Chile, de Roberto Bolaño, que invade mi mesa
de noche con brillante y espesa alucinación, su nostalgia proustiana, su
ironía, su amargor.
01/11/2007
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Publicado en
Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 11/2007
Foto: Joseph Kessel
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