Thursday, December 16, 2010
Otras historias (1987)
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Sobre el bosque milenario corre el viento de las desgracias. Las hojas son verdes, sin embargo. Las piedrecillas van con las aguas. En un minuto se abate el invierno, se abate el silencio en los arbustos. La noche sueña lobos, apéndices de luna. Las nubes semejan la espuma congelada de las cervezas.
La noche se oculta de la muerte. Borra las formas y guarda el aire. No habla porque de hacerlo la muerte lo encontraría. Los hombres son sólo testigos de un engaño eternizado.
En medio de las voces asesinas, un niño sospecha manos maternas y besa. Alguna flor se mueve bajo la nieve. Un niño bajo la luna cómplice. Hacer nevar es, para Dios, como poner velos al mal.
Un crujido más y pasará un siglo...
Vilna, 1978
He caído del trapecio y me he roto la espalda. Soy un acróbata.
Vivo en la calle Köpenick. Mi habitación cuenta con un tragaluz. En las paredes hay arrebatados dibujos de artistas de Dresden. Sus contrastes de negro y blanco me anuncian de a diario el horror.
Estoy paralítico. María se ha marchado. Al margen de la humanidad donde me encuentro, nadie vendrá por mí.
Mis manos entumecidas no logran cerrar la ventana. Llueve otoño en la ciudad. Desde el quinto piso, el bullicio callejero me parece una caminata de termes. Gota a gota, el tejado va gastando la lluvia.
Ocho días después me voy muriendo. Mi única desesperacieon es no poder alcanzar el suicidio.
Berlín, 1928
Si tus cabellos son el sol ¿qué es tu alba piel? Stephanie Alicia mira los edificios creyendo que son flores. No hay niña igual que reverdezca las rocas como ella. Sin manos, pinta lo que nadie soñara jamás. Y se pasan los días, y vuelve a casa. Y la ciudad la extraña.
Curitiba, 1995
Una piedra circular agota el espacio. Quieta no se mueve, aguarda con paciencia que mi sangre llegue a ella. Parece de color gris; hasta es posible que provenga de las canteras de mi pueblo.
Mi sangre la alcanza y su rostro ni se inmuta. Me digo que es una roca. "Nada más que eso". Es raro que me obsesione con algo tan simple cuando mis compañeros combaten. Mas no soy yo el que ha clavado la vista en ella, ni siquiera la muerte, sólo el azar.
Otro día han de levantarme un monumento, y de seguro los niños me echarán flores. Las señoritas se enamorarán de mi romántica mirada al infinito. La roca sabrá mis últimos pesares sin entenderlos y el resto quedará hecho un absurdo.
Dublín, 1916
Este es el fin del mundo y el principio del mundo. El Oriente y el Occidente. La espada y el degollado. Este es el principio y el fin de presente y pasado. De aquí vienen y van la luna y el sol. Acá la historia ha depositado sus versos y excrementado también. Este es el principio final y el fin inicial. De aquí para allá no hay nada. De aquí para el otro lado, tampoco. Yo soy la línea que corta las esperanzas porque todo está en mí.
río Tisza, año 900
La tierra es pródiga.
El mundo se circunscribe a los paredones de adobe de la hacienda. Un atardecer, los indios se descuelgan de cerros y profundidades, como si fuesen uvas maduradas sin aviso. Es la sangre-sangre. Sangre de pintar abarcas y enrojecer montañas para lo venidero.
El mundo se circunscribe a los muros adobales. Otro mundo.
La tierra sigue pródiga mas no pare.
Las mujeres se arremolinan delante de las ollas. Sus manos tejen choclos, papas y verduras, mantas que van a cubrir las hambres.
Las ollas son fecundas.
Los choclos son blancos.
Hay quinientas papas y no hay patrones. Otro mundo.
Algunas paredes se regocijan con el cambio, otras no. Pero ¿a quién le importan ellas, en un instante futuro como el nuestro?
Las comidas hacen de las sombras mujeres. Sin comida se creería que los hijos vienen de la oscuridad.
Asoma el cacique su fiereza. Trae carga. Desmonta de la espalda el bulto que aferra presto el hembraje. Aparece una cercenada y pelirroja cabeza: propietario y extranjero. Se la devora sin preámbulos, cediendo las mejillas para el jefe.
Sanipaya, 1899
Llueve en la rue Chauvelot. La distancia es el metro que hay de mi cama a la ventana. Espacio en el que fácilmente podrían entrar infinitas canciones.
Parece que las gotas caen, todas, en la línea ferroviaria. Me asomo por el balcón y veo el fantasma negro del cielo que engulle los rascacielos. La torre Montparnasse ya es inexistente. Algunas gotas me alcanzan. Me envuelvo en el manto acuoso y, entrecerrando los ojos, pienso que estoy en París.
París, 1986
Los versos de un amigo humorista se han hecho tristes yo no sé cómo. Estuvo acá y se marchó eclipse de luna. Pensé, entonces, que había perdido algo, que ciertas pisadas luminosas yacían bajo el polvo. Indagué a la noche el por qué del cambio. No me respondió; sin embargo, creí ver en medio de las estrellas unas mujeres que reían...
Cochabamba, 1987
La casa de Miguel Quintana se mece en las aturas, de frente a las arboladas montañas. El día es un paseo y, cuando las horas ya están cansadas, un bar nos reúne para hablarnos. Tiesos oímos sus lecciones. Las paredes no son de piedra sino de nostalgia. Cada uno corre a un teléfono y disca. Cada uno tiene que hablar con su amor. Para todo hombre debiera haber un teléfono... y no lo hay.
Lodève, 1986
Un día luce su vestido verde para ir a bailar. Un día de agosto invitado a bailar. Va con su traje verde y crea una niña verde de celestes ojos y nombre verde.
Leeds, 1963
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Publicado por Centro Portales (Cochabamba), 1987
Publicado en SIGNO (La Paz), enero-abril 1988
Imagen: Katsutoshi Yuasa/The Future is Full of Nostalgia for the Past #2, 2007
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