Tuesday, December 21, 2010

Paul Avrich, historiador del anarquismo/ECLÉCTICA


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Literatura e historia del anarquismo ocupan un espacio singular. Desde un casi casual encuentro con Bakunin, en la biografía de E. H. Carr, libro que siguió el destino de tantos otros y terminó en las intocadas bibliotecas de famosas mujeres de entonces, hasta los anecdotarios históricos de Archinoff y Maximoff, más obras de análisis para ya un total desencanto con la prédica marxista, esta literatura continúa abriéndose camino en la marea de libros que intento domeñar. Íntima e intensa mi relación con ellos.

 Mi hija se acerca hojeando "Life of an Anarchist", de Alexander Berkman, y me pregunta ¿papá, eres anarquista? Le respondo que quisiera serlo, que en la larga búsqueda quizá lo alcance, pero que el término se ha hecho a momentos tan ambiguo que difícilmente retrata lo que soy. Además, en los viajes de retorno a Bolivia me entero -sorprendido- de la abundancia del género, de movimientistas, octubristas, chinos, damas cariñosas y oligarcas que resultan ser ahora ácratas de siempre que me hacen parecer, en el furor de su verbo, un viejo mañoso con algo de reaccionario. Ser anarquista es una posición de vida y no una moda.

¿Por qué retornar al tema hoy? Días atrás, febrero del 2006, murió Paul Avrich, historiador del anarquismo. Recuerdo la portada de su libro "Los anarquistas rusos", en Alianza Editorial: el proceso de explosión de una bomba. Avrich enriqueció un sujeto al que yo dedicaba en el momento extensivo interés. Había incursionado en los detalles del populismo ruso, Herzen, leído todo lo que hallé de Bakunin, acabado y no completamente satisfecho con la visión que Piotr Kropotkin tenía de la revolución francesa. Teníamos en casa "El corto verano de la anarquía". Ese libro de Hans Magnus Enzensberger fue pivotal en el desarrollo de mi personalidad posterior, no en el sentido de enseñanza sino en el de ejemplo; no en la imitación pero sí en la importancia de permanecer fieles a uno mismo. Seguí con Volin, Rudolf Rocker, Max Nettlau, Anselmo Lorenzo, Malatesta, Eliseo Reclus y Ricardo Mella. Hurgué en Max Stirner que resultó tedioso.

Tuve la alegría de vivir semanas memorables con miembros de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) que conocí en París, y con quienes viajamos por tierra cruzando Francia entera, en un viaje que mi padre hubiera envidiado: Orleans, Bourges, Clermont-Ferrand, Narbonne, Perpignan, Barcelona... Nos reunimos durante la Internacional del 86 y decidimos el viaje a España sin proyectos de importancia. Castellón de la Plana, Valencia y Madrid. Cuando volví, sentado en la terminal de buses de Santa Cruz de la Sierra, en la mochila abierta destacaba "Bambule" de Ulrike Meinhof y el libro de Gastón Leval sobre las comunas de Aragón, amén de literatura de la que me abastecí en Valencia como si fuera alimento.

Volviendo a Avrich, me interesó sobremanera el aspecto étnico del movimiento social ruso que él destacaba. Contrariamente a lo que hubiera pensado, buena parte del terrorismo de fines del siglo XIX provenía de asociaciones judías. La idea del judío creyente y fervoroso -que también existía- quedaba al descubierto como una más de las expresiones de este pueblo, pero no la única. Nombres como Nisan Farber se grabaron en la memoria. Más adelante enriquecí ese punto con música revolucionaria en yiddish, triste y poderosa.

En Avrich aprendí lo que había sucedido en Kronstadt, 1921, cuando obreros, soldados y campesinos que estaban por la revolución se enfrentaron a la impostura bolchevique y terminaron masacrados por las huestes del fatídico Trotski. Ya le tocaría a él lidiar con el monstruo que había ayudado en crear.
Sólo son apuntes. Cada temática merece un texto aparte. Sin embargo mi intención era recordar a ese maestro que fue Paul Avrich, uno de tantos que enriqueció la historia de la anarquía, y que quiso validar la ejemplaridad de sus hombres y su ideario, que mencionaba a Bernard Shaw, a Joyce y a Eugene O'Neill como mentes privilegiadas a quienes sedujo el movimiento; el viejo erudito que murió, sarcasmo de la vida, de complicaciones con el mal de Alzheimer, el mismo que nombró a sus dos queridos gatos "Bakunin" y "Kropotkin".
01/03/06

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Publicado en Los Tiempos (Cochabamba), marzo 2006

Imagen: Miembros de Chernoe Znamia (Bandera negra), en una reunión clandestina en Minsk, 1906

1 comment:

  1. Gracias por el artículo. Encuentro que vale la pena analizar lo dicho por Sartre sobre su idea de anarquismo en el siguiente link: http://www.nybooks.com/articles/archives/1975/aug/07/sartre-at-seventy-an-interview/

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