Si existen referencias, libros, alusiones, historias, acerca de alguna relación entre estos dos personajes, ambos pintores, que habitaron la Viena de preguerra y que posiblemente no se conocieron, no las he visto ni oído. Lo que sigue viene a ser simple curiosidad mía de imaginar una ciudad donde convivían estos seres tan disímiles.
Hitler vendía tarjetas postales que pintaba él mismo. Lo que se ha recuperado de su arte muestra a un artista decidido a no romper los marcos esquemáticos de la pintura tradicional. No es que su obra carezca de alguna belleza pero no luce en ella el genio que la haría eternizar. Schiele, por el contrario, y en similares condiciones de precariedad que su contemporáneo, destella por su talento. Refleja la decadencia de una Europa angustiada y antigua que perecía, la misma que Hitler parece querer conservar al calcar del natural.
La Viena agonizante, como todo aquello condenado a desaparecer, se iluminó con artistas exquisitos como Klimt y la Secesión vienesa a quienes se acercó Schiele para luego desarrollar un dramático expresionismo personal. Sus mujeres, principalmente, y el conjunto de sus modelos, o agonizan como sus calles o tienen el rostro con un intenso dejo nostálgico. La visión nazi del arte se opuso a esta supuesta decadencia y, al menos en teoría, al vicio que parecía adherirse a sus representaciones. La grandiosidad de la pintura y arquitectura hitlerianas intentará mostrar la perfección de la forma pura y dejará para la humanidad un tufo de farmacia.
Difícil creer que Adolf Hitler no estuviera al tanto del quehacer artístico de entonces, considerándose él mismo pintor. Schiele era judío y talvez en la mente mediocre del austríaco se acunaron o acentuaron fobias raciales que provenían de su incapacidad de brillar. En general los regímenes militares, o de los civiles travestidos en oficialidad, repudian, condenan y atacan las manifestaciones culturales. La famosa "cuando oigo la palabra cultura saco la pistola", de Goering y que el cineasta húngaro Szabó pone en boca de su carácter principal en Mefisto (1981) es explícita. Egon Schiele, si sobrevivía a la epidemia de influenza que lo mató el año 18, habría terminado en los campos de exterminio. Recuerdo un libro tenebroso en el que un oficial alemán se preciaba, en Auschwitz, de haber mandado "por la chimenea" -de cremación- a la mismísima hermana de Freud.
En nuestra pared, encima del acuario y al lado de Medea de Jean Anouilh, piensa sobre su rodilla una pelirroja de Schiele, 1917.
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Publicado en
Opinión (Cochabamba), agosto, 2003
Imagen: Egon Schiele/Weibliches Modell, Sitzend, farbig, 1917
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