Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
El descenso del Club Atlético River Plate a la B, segunda división, ha no solo causado daños materiales al entorno barrial de su estadio, sino que representa un golpe aún no bien mesurado a la psiquis de sus hinchas y de la Argentina.
River Plate, como Boca Juniors, o Racing, se incorpora desde ya mucho a las leyendas del país, iconos similares a lo que serían Borges o Arlt en literatura, Guillermo Vilas en tenis, Alberto Demiddi en remo. Su gloria alcanza inmensidad tal que deja de pertenecer a un reducido grupo de fanáticos y se convierte en suerte de emblema nacional. Quizá fácil decirlo para un extranjero, o medio-extranjero en mi caso, porque desdeño la intimidad de las pasiones locales y no sé bien de lo que hablo. La ignorancia no nos quita derecho; además, y según he visto en la Bolivia de hoy, el asunto ha despertado gran interés, e intelectuales del medio se manifestaron ampliamente con inusual énfasis.
Significa que la magnitud de este club, desbordada ya de sus límites naturales, sustenta visos de asunto continental, donde autores como Darwin Pinto Cascán, Sergio de la Zerda, y Gabriela Ichaso acometen contra los millonarios de capa caída con vehemencia y satisfacción de boquenses viejos. A pesar de que el término de “boquense” no sería privativo de la camiseta azul y banda amarilla, sino también de la blanca y banda roja que construyó su primer estadio en terrenos de la Boca, lo que los haría vecinos, primos, primos hermanos, como Palestina e Israel (Boca árabe y River judía, imagino).
El fútbol argentino ha sido una de mis preferencias. El gran periodista deportivo Juvenal (Julio César Pasquato), a quien todavía tuve la dicha de leer en El Gráfico que papá traía cada semana a casa, hablando de Marco Denevi y su sapiencia futbolística, contaba que él se consideraba “hincha” (mientras que Denevi “simpatizante”) y que su pasión por el fútbol le venía de purrete, y que aceptaba tal vez la opinión del escritor de que en la Argentina, en el gol, se liberaba un gran complejo de inferioridad, que Juvenal asume como disfrute de su “incurable infantilismo”.
La ida a la plaza 14 de septiembre, en Cochabamba, los domingos por la mañana, en busca de las dos revistas futboleras: El Gráfico y Goles, es uno de mis preciosos recuerdos de infancia, como lo fueron la matinal y las salteñas. En estas publicaciones creció, por la amplitud y diversidad de los enfoques, un amor por el fútbol argentino en su conjunto. El mejor arquero para mí fue el loco Gatti, Boca Juniors, y el mejor jugador del mundo que vi, Norberto Alonso, River Plate. Al respecto, el escritor argentino Martín Kohan me comentaba en Cuba de su odio febril por River, aunque luego en un correo que escribió, reconoció la magia del Beto. Transcribo: Como hincha de Boca que soy, odio al Beto Alonso con toda mi alma, pero entiendo tu admiración: tenía una mano en el pie. El contexto viene de una conversación acerca del triunfo de River, en la Bombonera, con dos goles de Alonso, el 85, que, evidente, lo traumaron.
Retornando al conjunto del fútbol del país de mi madre, no pude menos que criar un espectro ecléctico, libre de penosas rivalidades, sobre él. Aunque Huracán, el de Menotti 73, con Houseman, Brindisi, Babington, fue mi preferido, con Racing de Avellaneda y San Lorenzo de Almagro siguiendo, mi cariño iba desde San Martín de Tucumán, pasando por Talleres de Córdoba, hasta los gigantes de Buenos Aires. Y amé, lo repito, a Alonso, pero me causaba admiración la figura de Marzolini (Boca), la del Negro Ortiz y Héctor Horacio Scotta (San Lorenzo), el Perfumo de Racing y de River, Fornari, de Gimnasia y Esgrima, hoy descendido, hasta un número 5 (back central) de Ferro de los 80 y cuyo apellido no recuerdo, gran capitán. Las tres “Bes” de Independiente que miré jugar en el Capriles: Bochini, Bertoni y Balbuena, delantera destructiva y talentosa con la leyenda del bigotudo Pavoni en la zaga.
Tanta historia que no puedo alegrarme de una caída, sin ser definitiva. Para mí sería insultar la memoria de aquellos cronistas deportivos argentinos que eran talentos literarios, a quienes leí con fruición: Osvaldo Ardizzone, Juvenal, Dante Panzeri, Borocotó, que bautizó como La Máquina al increíble River de la década del 40 (90 goles en 30 partidos, pienso que en el 47), y otros más cuyos nombres se han ido y sacaré para no olvidarlos del maravilloso arcón cibernético de hoy.
La Máquina la componían José Manuel Moreno, “el Charro”, luego fundador del fútbol colombiano en sus postrimerías, y al que se eligió, año 2004, como el quinto mejor jugador sudamericano del siglo XX, después de Pelé, Maradona, Di Stéfano y Garrincha, en ese orden. Estaba Angel Labruna; el wing Félix Loustau, pequeño y escurridizo; el maestro Adolfo Pedernera, poderoso y clásico, remontador del score en la Boca, ante su eterno rival, para conquistar el campeonato de 1942; Juan Carlos Muñoz. Ellos cinco a los que a veces se añade el nombre de Alfredo Di Stéfano, con historial que no necesita presentación.
Millonarios ¿por qué? Porque a fines de los veintes compró a Peucelle, que jugaría el mundial del 30 por Argentina por una suma entonces abismal, que reeditó el 32 con la adquisición de Bernabé Ferreyra, “el gran Bernabé”, mítico capitán del seleccionado en el subcampeonato mundial de Montevideo, recordado en tangos y en la imaginación popular. Inicio de una larga lista de compras y ventas que a la larga condicionaron la debacle de 2011.
Lista interminable para guardar la memoria de este club en un relicario dorado. Recuérdese a los uruguayos Francescoli y Carrasco, o figuras de la talla de Omar Sívori, el Cabezón, jugador de las selecciones de Argentina e Italia, miembro de los campeones sudamericanos del 57, los “carasucias” de Lima (con Maschio, Corbatta, Angelillo y Cruz) y de bailes legendarios a los boquenses en su propia cancha. River Plate, de 1900 para siempre…
04/07/11
_____
Publicado en
Ideas (Página Siete/LaPaz), 10/07/11
Imagen: El River de tiempos de La Máquina
No comments:
Post a Comment