Friday, July 29, 2011
Vatel, o el gusto por la libertad/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Vatel, el gusto del rey (Francia/Gran Bretaña, 2000) es una película difícil. Aunque la guía de cine de Penguin Books, a través de uno de sus críticos, afirma que para ser un filme que trata de comida, sensualidad y pasión está "altamente subalimentado" -querrá decir famélico- no comparto esa opinión. Difícil en el sentido de que la puesta en escena, por la cantidad de elementos que la conforman, tiene que ser perfecta. Nada de raquítico en la exuberancia barroca que se presenta por 117 minutos que parecen muy cortos y están muy bien logrados.
Dirigida por Roland Joffé -que realizó la admirable Killing Fields acerca del régimen camboyano de Pol Pot, The Mission y The Scarlett Letter sobre el famoso texto de Hawthorne-, Vatel, el gusto del rey ratifica la pasión de Joffé por la historia como también su ubicuidad que lo hace ir de las misiones jesuíticas del Paraguay a los arrozales del sudeste asiático para detenerse, hoy, en la Francia del Rey Sol, Luis XIV, Borbón presumido, acicalado rector de un reino que florecía gracias a la inteligencia de su ministro Colbert. Época que relató Alejandro Dumas con multifacéticos personajes y hartazgo de información y a quien sin duda le hubiera gustado inventar, o descubrir en los archivos, la atrayente figura -no físicamente- de François Vatel de quien trata la cinta.
Se cierne sobre Francia la posibilidad de guerra con Holanda y el monarca necesita un general para encararla. No hay mejor que el príncipe de Condé hacia quien el rey guarda resentimiento por su actuación durante las pasadas guerras civiles. Condé, en bancarrota, tiene que ganar otra vez el favor del rey para resarcir su economía. Invita a Luis XIV a un agasajo en su honor que durará tres días. La calidad del espectáculo a ofrecer decidirá la posición del soberano. Condé cuenta para los preparativos con Vatel, su mayordomo, cocinero exquisito, perfeccionista, creativo y eficiente. Por un instante, según comenta uno de los personajes, la vida de Francia estará en las manos de un pastelero y no en las del poderoso Colbert. Ironías de la historia.
En medio de una multitud de flores, frutas almibaradas, esculturas en hielo y azúcar, escenarios que se levantan y deshacen, ocas asadas, conciertos de flautas dulces detrás de cortinas rojas, eunucos, angelitos volantes, ballenas de utilería e intrigas cortesanas se enhebra una historia de amor, entre una de las favoritas del rey, el mismo Luis XIV y Vatel, más un añadido zalamero y afeminado marqués, vocero de la corte y afanado seductor. El triángulo amoroso abarca un breve espacio de tiempo. El desenlace tiene trazos de pasión perdida y de la pureza del amor en un mundo imperfecto de cazadores y presas, donde Vatel representa lo puro y Luis lo demás. Pero lo sustancial está en el suicidio de Vatel al saber que Condé lo cede al soberano en un juego de cartas para que en su infinita vanidad el hombre que afirmara "el Estado soy Yo" disfrutara el talento del mayordomo en Versalles. Vatel no quiere dejar su entorno y su muerte señala que por encima del gusto del rey -y del amor- está el gusto del hombre por su libertad de decidir.
14/10/03
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), octubre, 2003
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), octubre, 2003
Imagen: Gérard Depardieu como François Vatel, en una escena del filme (con el príncipe de Condé)
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