Wednesday, August 24, 2011
Quentin Tarantino, el cine y mi videoteca/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Quería escribir no los versos más tristes esta noche, aunque la luna esté estrellada y titilen los astros a lo lejos, sino algo dinámico, pleno de excitación y aventura. Sin embargo cayó nieve y calma mis arrebatos de actividad. Si he de estar sentado y combinar mi descanso con el movimiento, bien caben unas líneas sobre cine. Quién mejor que Tarantino y su vitalidad. Aunque prefiero a David Lynch, ambos coinciden en sus extraños personajes dueños de un singular parentesco con la violencia, único parece para la existencia e idiosincrasia norteamericanas. Hay directores nuevos como el chino John Woo y el méxico-americano Robert Rodríguez que siguen la línea de Tarantino, cada uno en su propio ambiente: la urbe de Hong Kong o la árida y salvaje Sinaloa, tierra de muertes, tráfico y provocadores corridos en la voz del ya difunto Chalino Sánchez. No es inusual que Tarantino aparezca de productor, y actor, en las realizaciones de estos cineastas. Perdón, Neruda, por no compartir tus seductores intentos de tristeza y preferir el agudo silbido de las balas y la gratuita maldad de los hombres.
Viene a mis manos un artículo de cierta Larissa MacFarquhar: "El amante del cine" o "El amante de las películas". Un punto interesante del texto afirma que la calidad de Tarantino se debe, en parte o en mucho, a que antes de ser director es público. Resalta el hecho de las innúmeras horas diarias que pasa frente a la pantalla. Una matinée doble, seguida de un filme nocturno y otro, ya sumando cuatro, casi de amanecida, antes de dormir. MacFarquhar menciona decenas de miles de imágenes fílmicas que pasan por los ojos de Quentin Tarantino. Anota una lista de películas que aguardan, de variada calidad y muchas desconocidas... siempre con la característica de la crueldad, la sangre y de la muerte. La revista ilustra el escrito con una fotografía suya de perfil. Chamarra de cuero con el cuello levantado, mirada de costado y marcadas líneas faciales, casi Klaus Kinski en el Nosferatu de Herzog -ni tan blanco ni tan feo-; aires de Marlon Brando o James Dean y, exagerando las similitudes, un dejo de burla como el de John Lennon cuando vestía así.
Tarantino cuenta en casa con una sala privada de cincuenta asientos carmín, donde generalmente se acomoda solo. Con más modestia y sin los fantasmagóricos invitados que pueblan cincuenta bancos vacíos, también me acomodo en medio de un par de miles de videos que acumulan diez años de esfuerzo por conseguirlos. No dispongo del tiempo para sesiones tan largas como las suyas pero el suficiente para una o dos horas de fílmica; treinta minutos en caso que el cansancio pese más que la cultura; veinte si preparar el guisado para las hijas se antepone a la belleza de Jean Seberg o el arte de Max von Sydow. Mis gustos difieren de los suyos y posiblemente sólo convergemos en su obra personal. Hay en los dos multiplicidad de situaciones, multitud de rostros. Ámbito fértil para pesadilla y creación.
09/12/03
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Publicado en Lecturas (Los tiempos/Cochabamba), diciembre, 2003
Imagen: Quentin Tarantino con una fotografía de John Brown
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