Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Veinte años atrás, en la esquina de las calles Lanza y Punata, había un inmenso basural donde se reunían decenas de perros vagabundos para comer. Se los veía a la luz de las candelas de las vendedoras de alcohol, a escasos metros de los gruñidos y constantes peleas de estos animales. Allí comenzaba La Pampa, la parte del mercado dedicada al comercio de papas y frutas del trópico. En sus pasadizos techados dormían, ya terminado el día, toda suerte de marginales, acostados en largas líneas de frazadas o phullus compartidos. Bajaban las carboneras del primer repliegue cerril; los ladrones volvían de sus incursiones con radios, ropas, algunos muebles. Los policías golpeaban a indefensos alcohólicos con brutalidad ante la impavidez de los sonámbulos.
Al amanecer el ruido de los camiones cargados de naranjas del Chapare anunciaba otra jornada de desesperanza. Hoy se sigue vendiendo papa en cantidad, variedades ajenas como la holandesa, usuales como la runa o imilla, extrañas pero originarias como la phureqa, de carne amailla y algo alargada en forma de oca. Siguen llegando limas, pomelos y naranjas; se ha adjuntado una sección de plátanos apenas saliendo del Thanta Qhatu donde todavía se trafican productos robados, sin ya conseguirse los libros antiguos que se podía en el pasado.
Hay en las callejas sucias diversidad de universos, líneas de casetas con carpinteros, hojalateros, vendedores de loros y cardenales; una multicolor sección de especias; carnes: de conejo, res, pollo, vísceras, sábalos y puercos. La tecnología trajo tiendas de sagaz piratería andina, películas de Almodóvar y Paolo Agazzi, de dudosa procedencia y peor calidad. En conjunto, una inmensa biblioteca de música popular, rescates inverosímiles de la antigua tradición cochabambina junto a la compleja música de Frank Zappa.
Parece a la distancia un aquelarre indio pero ya en su interior tiene la magia, y quizá también el olor, del Oriente. Así sería Shiraz cuando la visitó Pierre Loti, o Herat en tiempos de Marco Polo.
El mercado de La Pampa es un viejo e insondable conocido. Me sugiere Daniel Abud que sus características guardan más peligro que Brooklyn. Miro las paredes cursileras del Alojamiento Argentino y creo en las voces que afirman que dentro hay un caldero de cuchillos y droga adulterada. Abajo se vende fresca alfalfa. Cochabamba continúa con su ambiguo sopor de siempre.
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Publicado en Opinión (Cochabamba), 09/08/2005
Wednesday, June 17, 2015
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