Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Hay costumbres y
costumbres. La muerte entre los pueblos llamados primitivos es solo extensión
de la vida, a diferencia de la modernidad occidental que digiere la pena, la
transforma en recuerdo y la empuja hacia el olvido.
Luego de que el
Tezcatlipoca azteca engañara al monstruo de la tierra, Cipactli, quiso que en
el futuro se hicieran ofrendas humanas para resarcirlo del daño. En alguna
revista de mitología y epopeya que publicaba la editorial Novaro hace décadas,
leí que el mismo Tezcatlipoca se ofreció en sacrificio para (siempre) salvar su
pueblo. Esperaríamos actuación similar de los que dicen seguir y amar al
pueblo, escucharlo y aprender de él. Que dónde están esos líderes hoy que no
existen ya tiempos heroicos, no sé. Supongo que aparecen cuando los rezagados,
humillados, pospuestos, arriban a la cumbre al llegarles el momento de mandar.
Así se habría cumplido un ciclo justo de dolor e igualitario. Que amerita una
inmolación, la de agradecimiento y reforzamiento de vínculos, seguro.
Pues, quinientos
años pasaron y llegó ese instante. En Bolivia cambiaron las cosas y los de
abajo quedaron encima; un volcarse la tortilla inesperado pero que responde a
un proceso histórico. Dejando de lado las pautas de la historia y las
explicaciones sociológicas, aceptemos que la hora está dada para agradecer a
los achachilas. Ellos no han de conformarse con modestas ovejas que desdicen el
grandor que inauguró el magnánimo Tupac Yupanqui. El rito no puede ser ni
sencillo ni burdo. Ha muerto una era y nacido otra. Los representantes de esta,
la última, la postrera, deben comprender que son actores de una visión
colectiva que los excede como individuos, que su labor mientras estén presentes
radica en alabar y pregonar el definitivo estado de cosas, la ya indiscutible presencia
del paraíso en tierra y de la eterna felicidad, expresada para unos en
mocochinche de durazno o en cachondeos voluptuosos de la papalisa. El hombre
está por debajo del durazno o de la papa que son la carne de Dios, y debe
entenderlo. Para festejar a los dioses, aquellos que se han encumbrado, deben
bajar con humildad la cabeza y entregarse a la muerte ritual para bien común.
Solo así se estaría siguiendo las no escritas reglas por las que la gente
alcanza eternidad. Mucho se ha esperado y el cambio al parecer ha tomado
contextura de concreto. Inamovible. Se cumplió con el trabajo y ahora hay que
cumplir con las promesas.
Lo ideal sería
que el sacrificio fuera voluntario y al más alto nivel. Significaría en Bolivia
que el Presidente Evo decidiera una fecha, acorde con el calendario andino,
para entregar su cuerpo al festín de los dioses. Puede elegir el amauta que ha
de degollarlo, las vestiduras de púrpura y oro que recordarían el imperio del
sol. Donar el carmesí de su sangre a la oscura greda que fabricó adobes por un
milenio. Notable entrega que borraría para siempre las huellas de los
advenedizos, los confundirá y enviará por sendas fuera de nuestro dominio. Un
acto de grandeza que se perpetuará en piedra en la montaña. Evo quedará como un
apu, un tata imponente y la mejor lección.
A él que le gusta
el baile, se podría hacer lo que hacen las etnias de Madagascar, de vestir los
huesos y sacarlos a bailar en los festejos. Evo disfrutaría ya sin tiempo del
carnaval y las bandas; podría danzar en el regazo de las más hermosas, oler las
piernas, presentir la vida detrás de los calzones. Sin horario ni esquema,
porvenir más porvenir, sin límite.
El primer paso
para la iluminación es la ejecución ritual. Luego el devorar la carne en un
churrasco majestuoso y popular, para todos (y todas), de puertas (y puertos)
abiertos sin restricción. Dicen que los Fores papuanos se comían sus difuntos, la
carne para los guerreros y el cerebro para las mujeres. Lástima que en su caso
salió mal, porque debido a un bicho incrustado en la cabeza, cisticerco o como
se llamare allí, ellas comenzaron a enfermar y perecer. No fue dichoso el rito
de los ancestros.
Esperemos que no
suceda en el Collasuyo. Se puede, ya que es presidente, hacerle minuciosos
exámenes para que no disminuya la población femenina, u, otra opción, preservar
su majestuoso cerebro y depositarlo junto a otros inteligentes, como el de
Trotsky, peso pesado de cuatro kilos.
Hay discrepancia
en si conservar o no los huesos del cuasi santo. De hacerlo, como dijimos,
podría participar de la danza y de los cueros. Si se los crema tendrían que ser
las cenizas parte del menú, extender la grandeza del mártir a la mayor cantidad
de comensales. El libro de recetas Yanomami, de Venezuela y Brasil, sugiere
mezclarlas con puré de bananas. Diría que hasta apetitoso suena.
No faltarán
elementos ladrones, esos que cargan el hambre por generaciones y que defecan
sobre divinidades y épocas, que intentarán sustraer un pedazo de nalga, un
dedo, para satisfacer la gula primaria. Así lo hacen en la ciudad santa de
Varanasi los santones Aghori Sadhus. Puede que incluso alcance para ellos sin
necesidad de delito. Tenemos informes secretos del sastre del presidente que
afirman que el cuerpito creció bastante en palacio, fue engordando adrede para
el momento trascendente.
Ahora, la parte
culinaria de cómo aderezarlo, y la estética de la decoración. Si habrá
filigranas de mayonesa sobre sus reforzados pómulos o lo pondremos de barriga y
tendremos más superficie de creatividad. Frotarlo con sal y pimienta primero,
remojarlo en chicha para el ablande, pizca de airampo para el color y quinuas
desperdigadas por su gruesa humanidad. Se duda si en la boca llevará una
manzana al estilo filipino o chirimoya que lo congraciaría con los tropicales.
Si atrás, en el nefando agujero que ha complicado la historia de las religiones, se pondrá un manojo de culantro, cabellos de maíz o hasta musuru, el hongo
alimenticio. O ramitas de molle que darían impresión de fuente viva y moviente.
Luego, tenedor y cuchillo. O las manos. Provecho. Viva la revolución. Jallalla.
10/10/17
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Publicado en ADEANTE BOLIVIA, 11/10/2017
Jajajaja..! Genial
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