¿Algo más ambiguo
que el día de la patria? Bien en el
sentido de conmemoración de hechos que fueron importantes, decisivos.
Las victorias de
Ayacucho y de Junín decidieron la independencia boliviana, amén de intrigas
antológicas por parte de los "doctores". A la larga, Bolívar y Sucre
recibieron más castigo de manos de aquellos que liberaron que por España misma.
En Santa Marta y en Berruecos, donde murieron los próceres, se consolidó la
historia de la traición, que ya se había perfilado con Páez y Santander, con
los caudillos peruanos y luego con los eminentes -por descaro- leguleyos y
milicos del Alto Perú. Triste pago para un gran sueño.
El seis de
agosto, día de la Independencia, siempre fue extraordinario durante la
infancia. El Prado de Cochabamba cubierto de multitud de comidas y colores, de
olores y brillos entre la gente. Un estrado donde se ubicaban los notables de
la ciudad (ninguno duró mucho) y los desfiles que son amenos cuando se los ve
de fuera e interminables cuando en colegio
devienen obligación.
El desfile, como
la "hora cívica", son características nacionales. Agradables, lo repito, cuando se tiene el don
del desconocimiento y la inocencia. No tanto al llegar el tiempo con su cúmulo
de crítica y experiencia. Son el pan y el auge de los maestros. En ambos
acontecimientos se desata su furia belicista y patriótica, sobre todo ante el
monumento de Abaroa en el mes de marzo. ¿Qué muestra este soltarse en marcha y
contramarcha, izquier, izquier, izquier dos tres... o quer dos tres según la
fonética? ¿Resalta la característica bélica de un país que se enfrascó en
guerra con todos, o el deseo incumplido de que el "glorioso" ejército
nacional ganase alguna batalla que no fuese ante indefensos obreros desarmados,
mujeres y niños? Tenía razón Eisenhower cuando propugnaba limitar el poder
político de los uniformados, algo que no se logró nunca en América Latina y que
destruyó el continente. Luego de los gruesos errores de Daniel Salamanca en
cuanto al Chaco Boreal le siguieron un revoltijo de amedallados y botudos que
desmanteló Bolivia, incluido el falsamente mítico Germán Busch, selecto beodo y
pendenciero.
Hay que crear el
mito mientras no existe lo real. Y la historia nacional es la práctica de la
mitificación masiva en todos los aspectos posibles, la patria incluida. El mito
de la patria y la nacionalidad. La desvirtuación del recuerdo del Libertador
más la perpetuación de la mentira. Una patria que parece existir de manera
efímera en dos tres días de festejo, donde los más patriotas, los valientes,
los que retomarán el mar y etcéteras putrefactos son los más borrachos. Tristes
virtudes...
Ahora el Gran Evo,
humilde lacayo y amo a la vez del ejército (es prestidigitador de excepción, de
don ubicuo y funesto), hará desfilar a las armas en el centro de su oposición:
Santa Cruz. Desafío o concordia: nadie lo sabe. Quienes debieran desfilar son
los trabajadores, los que roturan las tierras, las mujeres como madres y amas
de casa, los que producen y trabajan, no los zánganos coloridos, no los vagos
ni los rateros.
El 6 de agosto es
día de festividad y alegría. Así lo recuerdo e incluso me gustaba ver desfilar
las tanquetas, las bazookas, los lanzallamas. Así crecimos jurando en ello lo
correcto. Ya no me interesa asistir, a no ser a comer un buen sandwich de
chola... sin quilquiña.
06/08/07
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Publicado en
OPINIÓN (Cochabamba), 08/2007
Imagen: Arturo Michelena/Asesinato de Sucre en Berruecos
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