Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Ruth Bader
Ginsburg, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos hablaba del movimiento
Me Too, de denuncia de acoso y abuso sexual sobre todo en lugares de trabajo
contra las mujeres. Dice Ginsburg que el legado de este movimiento será
duradero, en esta suerte de balanza entre el despiadado machismo de Donald
Trump y sus incondicionales republicanos y la cada vez mayor actitud combativa
femenina en su contra.
Trump jamás
denuncia a los abusadores. La doctrina de la violación parece caer de perilla a
un individuo que se precia de varonil, viril, metemano, militarista (nunca
habiendo servido y habiéndose escondido de la leva para Vietnam cinco veces
con fraudulento descargo). No es que ir
o no ir a la guerra marque la hombría, pero destacándose este presidente por
una retórica guerrista y por desear levantar una formidable maquinaria militar,
además de desfiles estilo soviético, se tiene que cuestionar. No culpa, o evita
hasta el extremo hacerlo, a probados pedófilos y demás monstruos porque él
mismo forma parte del gremio. Ni menciona a las víctimas; al contrario,
victimiza al agresor. Es, para Me Too y las mujeres que no suspiran en su
fétido entorno, el enemigo principal.
Al respecto,
viniendo de un lado inesperado: la extrema derecha, Steve Bannon, ideólogo del
trumpismo a la vez que agudo observador de la realidad nacional, afirma que el
populismo como fuerza motriz es o va a ser desplazado por el movimiento de
reacción femenina ante la situación actual. Que esta va a ser la línea que
posiblemente destrone a Trump y que ha llegado para quedarse. La nueva era, la
de las mujeres. No vendría mal un poco de agua para diluir la idiótica y
fatídica testosterona del masculino ávido de poseer y descollar (claro que no
lo afirma Bannon; lo añado yo).
Está cierto el
neonazi en que en el desdén de Trump por las mujeres se atiza el desastre. La
investigación rusa puede llegar a conclusiones devastadoras. Las conocemos y
sabemos, solo que no hay seguridad cómo vayan a implementarse las leyes
tratándose de un presidente o al fin nada ocurrirá. Por encima de esta
truculenta conspiración, que incluye lavado de dinero de Putin y las mafias
rusas, que desnuda el origen de la recuperación económica de Donald Trump luego
de la caída, que abunda en putas meando en la cama y tal vez en vicios
sodómicos y gomórricos, está el empoderamiento
de las mujeres como fuerza unida y decisora. Sería el golpe fatal al imperio
del abuso, la ignorancia y la mugre que caracterizan esta administración.
Al parecer, y a
diferencia de los hombres en los que priman los huevos y no la escasa razón,
llega un tiempo de cambios radicales. Es posible que haya exageraciones, hasta
“abusos” por llamarlos así en el proceso (ya lo denunciaron las francesas
alegando que en tanta fobia se esconde un ataque al amor y al enamoramiento, al
juego de conquista, al flirt, coqueteo y piropo). Pero, en líneas generales,
está bien y es bienvenido. Hora es y hora llega que existan consecuencias, que
se atosigue al poder y se desbanque a dioses, semidioses, intocables e
irresistibles, así cueste que las hermosas mujeres de Klimt, eternamente
retratadas, resuciten y cuenten de las veleidades del pintor y del supremo
poder que pesaba detrás de su paleta.
Bannon predijo
muchas cosas que el tiempo ha confirmado. Fue preciso en apuntar a un grupo de
votantes relegado que incluso había elegido a Barack Obama, siendo negro y
demócrata. Creo que esta vez también acierta, que Trump debe temer estas voces
femeninas cada vez más mayoritarias y con grandes nombres asociados. El número
de republicanas, evangélicas, beatas que aprueban el pecado si lo cometen los
suyos, se reduce. Viejas locas o cowgirls de poco entendimiento alaban al
sátiro de la Casa Blanca. Sinvergüenzas. Viciosas linchadoras onanistas. Marcha
ya un rodillo. Y aplasta. Cuidado.
12/02/18
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 14/02/2018
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