Claudio Ferrufino-Coqueugniot
“Para castigar a
Narciso por su engreimiento, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se
enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta,
incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio
donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre
y la memoria de Narciso”. (WIKIPEDIA)
Dudo que flor
alguna nazca del sitio del caído Evo. Por allí ya pasó Atila con su caballo y
no crece hierba bajo el peso de los dos. Además de ser el gobernante, en sí
mismo, un defoliante natural, el Agente Azul, al par de su pariente Naranja
utilizado en Vietnam. Se trata de diferente guerra, pero guerra. Y de
depredación.
El individuo,
como la bruja mala de los cuentos de los Grimm, pasa contemplándose en el
espejo. En una habitación él; en otra el segundo; preguntándose ambos si hay
sobre la tierra seres más lindos, mejores y listos que ellos, por separado. Cortina,
biombo, pared los alejan para evitar la guerra de las vanidades. Uno desdeña en
el fondo al otro, por lo oscuro, lo hirsuto de su pelo, lo lampiño y demás
adiciones que la raza blanca ha echado como lacra encima de la marrón. El
patrón, el que domeña el cabello con permanente obligatoria, y que lo divide (a
lo Beethoven) en dos para dar sensación de libro leyéndose, desprecia al
subordinado: por marica, dicen, por dengues y vainas de movimientos extraños y
sensualismos europeos desconocidos en el tosco amor de los plebeyos. En medio,
nosotros, ahogándonos en papelerío, indagatorias, juicios, retórica, derechos
inhumanos como el de hacerse eterno en el poder, con dioses maltrechos y
achachilas made in Miami. Súmmum del jolgorio decorado con awayos coreanos y al
ritmo malentretenido de los Kjarkas.
Podría parecer un
romance de Disney, con perfectas figuras y separación tajante entre bien y mal.
No lo es. Más bien se aferra a la tiniebla original germánica, donde ni
siquiera la diferenciación entre esas fuerzas confrontadas importa. Es el
ambiente, la pesadumbre, la maciza y negra nube que se cierne sobre el mundo
(el singular y mínimo nuestro) y lo asfixia. El Mal impone sus características
como Evo Morales y Álvaro García lo hacen en un deleznable país. Son la bruja y
se mueren por ser la bella. Ser o no ser, that is still the question.
Dejemos los
cuentos de hadas. En Bolivia no las hay sino duendes malévolos. Los mismos que
se encerraron en palacio y traman la desgracia colectiva. Conspiran mientras
aseguran oro para ¿sus amos o esclavos?, los que los sirven y fomentan
destrucción y pena. Sin embargo, sería como quitarles culpa, no escuchar
aullidos de hienas y hozar de puercos que bien saben lo que hacen: acumulación
de riqueza, dominio absoluto, cayendo en el error narcisista de mirarse solo a
ellos, de manifestar orgasmos públicos que insultan inteligencia y dignidad
populares. Se creyeron la historia. También el poeta Li Po (nada que ver con
los nefastos) quiso atrapar la luna en el reflejo del agua y se ahogó.
La gente marchará
el 21. Marchan también en Venezuela. Aunque es asunto complejo, las
características bolivianas muestran que en esto los tiranos deben estar
alertas. Es el pueblo ingobernable de Bolívar. Muy solícito, agachado, hasta servil.
De pronto fiera, demonio, el que cuelga reatas de árboles y atiza llamas. No
hay fórmula en la nación del desasosiego (también de la fiesta). Cuando los
sentidos están alterados ya sea por pena o alegría, a ponerse en posición de
defensa. Nunca se sabe en qué ha de
terminar. Puede ser en abrazo como en linchamiento, y ajeno tanto que parece
que nada sucediera. Calma chicha, muerte violenta.
Espejo, espejito,
dime quién es la más bella, dímelo tesoro. Blanca nieve roja suele tornarse.
19/02/18
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 20/02/2018
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