Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
A Helene
A las tres
de la mañana intercambio mensajes con el más allá. De depresiones, hijos, trabajo
de negros y desazón. No hay tiempo, y el tiempo es lo único que poseemos, tan
efímero. Corremos como pollinos en pos de ficciones; no sabemos aprovechar los
minutos. Lloramos cuando debíamos estar follando en una cama enfrente de un
gran ventanal, arrojando las cervezas vacías al piso, desnudos como en día
primaveral. Hablarte del terror en Lars von Trier, de cómo el poeta belga Yves,
me besó en la boca en Bolivia y me dijo de la lástima de no habernos conocido
antes. Hablábamos de Gus van Sant y se soltó. Sus labios tenían sabor de vino
rancio.
Tú y yo en
una alta cama desde donde caer costaría el hospital. Tu sexo, inflorescencia de
pequeñas espuelas de mariscal. Roja. La carne de tu sexo es roja. Carne cruda,
esencia de mi canibalismo. Muestras, además, al moverte, cómo gotea el esperma
de la noche desde tu ojo turbio. Ese es el amor, te digo. Y me lo muestras en
la mano: “es”.
No
necesitamos desgarrarnos. Habla solo lo que brilla, mueve tus caderas. Que
aviones, oficinas y maletas han perecido en el ingreso al dormitorio. Acá
estamos tú y yo, tu sexo y el mío, la vertiente y el bastón, y tu voz, tus
cabellos y los labios que parecen sacados de Vogue. Katya me hablaba del rojo
como el color de la pasión. Joan Baez me recordaba que negro era el color del
cabello de la mujer que amo. Destapo una botella checa de licor de ciruelas.
Froto tus pequeños oscuros pezones con él y emborracho los sentidos para ni
saber por dónde penetrarte, por donde quieras, amor, por donde puedas,
susurras, y la luna de Lorca cuelga como un collar gitano tallado a piedra.
Conversemos,
agitas las palabras como un manojo de espigas, conversemos, amor, de ti y de
mí, de nadie. Olvidemos los rostros de aquellos que nos torturan y a quienes
esclavizamos. Hoy tenemos unas horas, las últimas porque nunca otra vez me
acostaré contigo; destrocémoslas, pintemos los muros de néctar de vagina con el
pincel de tu miembro. Déjame sostenerlo que se cae. Y cómo no, si llevamos
cinco horas de olernos, besarnos. Olvídala, que esa hembra no merece tu tacto.
Olvídalos, que son hombres pequeñitos del país de Liliput.
Fabricamos
un video que tendrá dos copias. Nos prometemos el uno al otro que nos
acompañarán en la tumba o en la pira. Cuando la tierra o el fuego los consuman,
se hará el vacío, la humanidad toda callará por un minuto, se desangrarán los
molles y los damascos caerán de las ramas sin cosecha.
Olvida a
los hombres de Liliput. Olvida a nuestra señora del socorro.
La noche ha
terminado o no era día ni era noche. Todo sucedió a las tres de la mañana de un
enero nuevo como vino tempranillo, y rojo negro también. Lorca se fue a dormir
o lo devoraron los gitanos, que carne de poeta es suave y beneficiosa.
Adiós,
decía el poeta húngaro. Y si es para siempre, también para siempre, adiós.
03/01/19
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Publicado en PUÑO Y LETRA (Correo del Sur/Sucre), 07/01/2019
ufffffaaaaa¡¡¡
ReplyDeleteTraducida, intensa, bien vivida fue, tu noche.
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