Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Berberova,
Nina Berberova. Acabo de escribir mi columna semanal y hablo de nostalgia. Leo,
en un sitio de la Universidad de Nantes, un texto sobre la melancolía, “esa
enfermedad”, citando a Gérard de Nerval.
Leíamos a
Nerval. Era otra vida. Yo iba de casa de P a casa de G. Una mujer olía a otra;
de G a P. La vida parecía la mano en un miembro masculino. Largas caminatas
para cinco minutos de sexo. Pero había más. Estaba Cendrars. Henry Miller. Dodes'ka-den, de Kurosawa. Dersu Uzala.
La vida arrasó con las mujeres. El viento se las llevó o las dejó lisiadas ante
la historia. A mí no. El dolor me manchó, y cómo no, pero seguimos firmes y
llenos de futuro. Recordamos a Cendrars con Miguel, a Miller con Pablo. Ayer “festejaron”
algún centenario de Khalil Gibrán, que fuera de la popularidad que lo destiñó
tiene cosas hermosas. Era poeta, pues, y su tumba está vacía, como diciendo, y
es sintomático, que la poesía no muere. ¿O se ahogaron los versos de Celan que
me recordaba Maurizio ayer con él? No. Y tampoco el dolor. Tomo un verso de
Georg Trakl para mi próximo libro. Quizá así lo condeno antes de publicarse. Lo
suicido.
Las cuatro
y siete. El reloj no perdona, camina por encima de altruismos y penas, fuera de
la desgracia amorosa y del brillo de tus ojos grises. Stevenson y Borges. En el
silencio se pasean los fantasmas. Homero y Sologub; José Eustasio Rivera, la
goma, la muerte, las niñas descaderadas. Espero algo, o a alguien, sabiendo que
por esas gradas, a esta hora, no sube ni baja nadie. Estoy solo, con ellos, esa
multitud que atesoré en casi sesenta años. Están David Copperfield y los
Karamazov. Martín Fierro. Recuerdo mi apartamento lejos del mundo, la cerveza,
las llamadas de telefóno. Una de las mujeres que amé, y me dejó, se echó en
brazos de un anciano. La soledad trabaja de maneras implacables con quienes no
la respetan, y es dulce y suave con quienes la guardan, la contemplan, la miman
y le sirven café a las tres de la mañana. Resulta entonces, me pregunto, que mi
angustia en realidad pertenece al otro, que lo que queda en mí son pulsaciones,
y que la soledad es mi amiga, la espada de Damocles fuera de casa, y que tengo
que estar listo para acomodarla lo mejor posible, alimentarla, quererla, que
otra amiga más fiel no tengo. Ni otra tan vengativa.
07/01/19
_____
Fotografía: Luis Amaral
No comments:
Post a Comment