En los últimos diez años la posibilidad de conseguir cosas latinoamericanas, desde música a comida, creció de manera admirable en Denver. Ni hablar de Arlington o Alexandria, Virginia, donde ya en 1990 uno encontraba hasta a sus enemigos a la vuelta de la esquina, donde los bolivianos luego de unos tragos se molían en la calle para luego llorar y besuquearse y comenzar la retahíla de hermanito, yo te estimo. Dicen que ahora ya es colonia, que el estado norteamericano de Virginia pertenece a la huérfana Virginia. Así cambia el tiempo, unas veces para bien, otras para mal.
En Denver existía una especie de ghetto mexicano en el norte de la ciudad. Allí abrió una peruana una librería que daba al menos algo de matiz cultural a esta subcultura de trabajo inmigrante. Si estaba confinada esta etnia, o este grupo de etnias hispánicas, difícil decirlo porque las fronteras, si hubo alguna, eran demasiado porosas. Lo cierto es que se expandió como explosión. Hoy los apellidos españoles se infiltran ya en centros sofisticados. Es la lógica del dinero, y siendo los latinoamericanos el grupo humano cuyo poder adquisitivo crece más que el de los otros, sólo tomará una brevedad histórica que los profesionales reemplacen a los braceros y se progrese.
A semejante desborde demográfico tenía que seguirle una ola de servicios que cubriera sus necesidades particulares. Extrañamente no fueron mexicanos, ni bolivianos ni cubanos los que comprendieron que a esta población había que alimentarla con productos de su región, vestirla o darle canciones que avivaran la melancolía del origen. Fueron los coreanos con gran habilidad. Al principio con tiendecitas, llamadas misceláneas, llenas de tortillas, tarjetas telefónicas convenientes, chiles y pozole. Después se agigantaron. Hoy hay mercados latinos, los más especificamente mexicanos, donde se puede conseguir de todo: imágenes del cura Hidalgo, poleras del Che y de Zapata, videos, dvds, botas de piel de caimán o avestruz, hebillas de plata, sombreros rancheros. En medio del desorden de abarrotes, comidas para todo gusto: menudo y chimichangas, flautas y tamales. Detrás de cada sección un serio o seria asiáticos, inconmovibles, con escondidos pero activos ojos detrás de los clientes. Multitud de empleados ilegales hace el trabajo y conversa con la clientela. El patrón coreano asiente o niega y es el único que recibe y cuenta el dinero. Su lema quiere ser Bueno, Bonito, Barato. Han comprendido un mercado ajeno a la perfección.
31/10/05
Publicado en Opinión (Cochabamba), noviembre 2005
Imagen: Pozole verde
Thursday, January 6, 2011
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