Tuesday, January 11, 2011
Paseando por la casa/MIRANDO DE ARRIBA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Hablar de la propia casa puede parecer vanidad, vano, soberbio, inútil. Pero, sabiendo lo efímeras que son las cosas, y tratando de vivir el momento con la mayor intensidad posible, vale la pena hacerlo. Sabiendo, por segunda vez y además, que al morir un día éste no retorna más y que lo que hoy está mañana puede no ser, camino por este universo de diversidad e interés que es nuestro hogar, el de Ligia y el mío.
Aprovecho un día de fiesta, el pretexto de un cumpleaños y las voces de gente que al visitar y no pertenecer al entorno, preguntan el por qué y el de dónde, y el cómo. Estos son cuadros del imperio napoleónico, pintados a mano; aún se pueden ver los rastros de una mano tembleque en el momento crucial, algo de color que desborda el casco de un coronel-general de dragones, las botas altas de un oficial coracero.
La gente que asiste viene de Ciudad Cuauhtemoc, Cocula, Cuernavaca, Oaxaca, Guerrero, en México; de Cali, la Sultana del valle del Cauca; de Columbia, Ohio; de Texas y New Mexico; de Cochabamba. Miran, observan, admiran las cerámicas tiahuanacotas, la porcelana inglesa y las surreales esculturas de Ghana. Entre el Diccionario Histórico de Bolivia y un catálogo de la pinacoteca de Armand Hammer, sostenidos por cristales grises de ónix, se esconde una kachina zuni ¿pueblo?, de un hombre medicina, un brujo con máscara de oso. Al lado un pez fosilizado en -supongo- arenisca.
Indonesia y Gabón; Brasil y Argentina; Afganistán en un ave de madera y cobre, bastante coherente en su realismo, al lado de un gallo mexicano construido de hojalata, un pato durmiente en piedra semipreciosa, un viaje por el ancho y ajeno mundo, no tan ajeno a veces, con su carga de emociones y sueños; cada objeto plagado de historia, las máscaras funerarias del África negra que aún cobijan los espectros de sus difuntos. Danzan en la noche y desaparecen al prenderse la luz. Habitan la sala en tertulia inagotable y nostálgica, tan lejos de los pueblos, de la desembocadura del Camerún. Los tejidos del Ande con sus manchas de sudor, de niños cargados y apoyados en el barro, de infatigables caminatas por el yermo boliviano: Calcha, Japo, San Lucas, Candelaria...
Los brazos se extienden hacia las bebidas; las manos las cogen y los labios se estremecen, también enternecen, con los aromas del agave azul, los tequilas reposados, el ron en sus infinitas variantes y olores, en el sabor dulzón de las Indias caribeñas o en la majestad sobria del ron guatemalteco. Ni hablar del vino: Barbadillo y Tempranillo, Carmenère y Cabernet; Malbec en sus personalidades mendocinas. Cae la noche, que para mí es día, y se esfuman los bordes de la casa. casi con olvido, con pasión de enamorado...
16/04/07
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Publicado en Opinión (Cochabamba), abril 2007
Imagen 1: Máscara punu, de Gabón
Imagen 2: Kachinas tradicionales de los hopi
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