No hablamos en
los términos con que Leo Ferré se refería a París y su gente. Aún me parece
escucharlo muy cerca de la Place de la Republique, con invitación de la
Federación francesa y la
Internacional anarquista. Otros tiempos, cuando la palabra “revolución” implicaba
algo, cuando incluso en la canaille
había lírica. No son los de ahora, por cierto.
El eleccionador
de Nicolás Maduro, en Venezuela, se refería ayer a su rival Capriles Radonsky
como al “canalla”. Mucho no conozco de la trayectoria del opositor, e incluso
me parece demasiado tibio, casi frío, y sin embargo pudo enfrentarse a ese
volcán, tonto pero con lava, que era Hugo Chávez. No lo conozco y hasta diría
que solo me interesa como una posibilidad de cambio en aquel país, un hito que
le permita rehacerse, en los nuevos parámetros -que ya son irreversibles- de
pensar en los de abajo, a quienes, así fuera con tremendas dudas y preguntas,
se les dio voz.
Pero ahora ido el
amo, los canes se soltaron con denuedo. Y Maduro, que semeja un pitbull
atolondrado, tiene miedo, está inseguro de que el pueblo no responda a favor
suyo. Por eso juega con máscara de difunto, y amenaza con voz propia ante la
posibilidad de que la fortuna se le vaya de las manos. Apostó demasiado por la
mentira. Su paternalismo creyó que se podía manipular a una población entera.
En un principio sí, pero desde ya se condena. Su presidencia, si la consigue,
será calvario de fracasos. Digan lo que digan los que defienden esta parodia de
revolución que se ha asentado en la América Latina, bajo la égida del engaño,
de mercachifles que llevan motos Harley Davidson entre sus ancas hablando de
igualdad social.
No sé cuán
canalla pueda ser el candidato opositor. Reafirmo mi desconocimiento momentáneo
para calificarlo. De la canalla chavista estoy seguro; la he visto en demasía.
En 1986 Leo Ferré
cantaba a la anarquía, a cosas que hoy se han convertido en objetos de lucro.
Nos traía a Baudelaire y otros versos, en una unión entre lucha y arte que
entonces -quizá, ya no estoy tan seguro- valía la pena. ¿Qué nos queda?
Grupúsculos fascistas que no vieron mejor que adueñarse del discurso de otros.
¿O los otros eran ellos mismos y no nos dimos cuenta?
13/03/13
Imagen: Andrés
Serrano/Anarchy (Hour of the Wolf), 2011
Níveo artículo. Durísimas y esclarecedoras reflexiones, Claudio. Hay q tener un ánimo especialmente chueco, muy propio d la 'canalla', para dedicarse a la política. Como a las moscas el néctar, miel también es el poder -político- a las mas viles alimañas humanas. Cuestión d sana espiritualidad y cultura, quizá: Casi nunca fueron ni son eruditos, escritores, artistas, médicos ni filósofos los angurriosos. Los desubicados, cuando los hay, fracasan estrepitosamente. Vargas Llosa en Perú, y hasta el sinuoso Mesa en Bolivia, valgan como ejemplo. D izquierda o derecha, los justicieros querubines siempre acaban en podridos esperpentos morales, d angurria infinita y escasas sensatez y cultura. Imposible d contrariar a Lord Acton; sobran ejemplos, tristes ejemplos.
ReplyDeleteSaludos y abrazos, estimado Claudio.
Nada más cierto, Achille. Sobran ejemplos. Hay que tener una contextura "espiritual" muy especial para relamerse así con el poder. O no tener ninguna. Los otros, incluidos los sinuosos, estean destinados al fracaso. Abrazos.
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