Thursday, October 23, 2014

La ciudad de Québec/EJERCICIOS DE MEMORIA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Alguna vez todos leímos los cuentos de los hermanos Grimm o de Andersen. Es inolvidable la imagen de la casa de golosinas en Hansel y Gretel. Creía que sólo existía en la imaginación y me sorprendí alegremente al comprobar que no era así: las edificaciones de la ciudad de Québec, en el Canadá, tenían las paredes azules como cielo y tejados rosas que parecían bombones. Sentí los lejanos vapores de la infancia transitando por la sangre.

No sé mucho de arquitectura o de tipos arquitectónicos, pero creo observar que la construcción francesa de la ciudad proviene del sector norte de Francia, de la Picardía. Québec no es Toulouse sino Amiens, algo trastocada. Sin embargo no es una simple imitación; por el contrario, su espíritu es muy particular. Québec, a pesar de cualquier similitud con otra villa, es sólo ella.

La danza de colores no se repite con mucha continuidad, mas una de aquellas casas color crema y rojo basta para dar a un barrio entero la faz de un pastel: el lunar embellece la cara.

Québec tiene el río Saint-Laurent (San Lorenzo) que es como portar un camafeo antiguo y caro sobre el busto. Es posible situarse en los barandales de las orillas y descansar la mirada en el agua interminable mientras brisas frías soplan en cotidiana actitud.

París tiene sus cafés y sus bares. Cochabamba sus sillas adormecidas bajo los árboles. Pero Québec tiene los refugios más acogedores que vi: mezcla de madera y ladrillos, parecen contemplar la vastedad de un mundo que se resume en sus diminutos escondrijos en un alarde de soberbia contradicción.


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Publicado en TEXTOS PARA NADA, Opinión (Cochabamba), 1987-1989

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