Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
El domingo por
la mañana, muy temprano, detuve el
auto y paré en un McDonalds a comer. Para muchos, eso es un estigma, pero en
medio del frío, de la ventisca helada del amanecer, bien caen un café y un
panecillo con chorizo y huevo, provengan de donde provengan. Hacerlo, o
aguantarse el clima y seguir a riesgo de tus riñones. Pues bien, atendía en
caja un muchacho latino, bilingüe, de menos de veinte años, algo distraído.
Apenas me cobró, y antes de que el cliente detrás se acercara al mostrador,
levantó un Cubo de Rubik desarmado y en menos de un minuto, el tiempo en que
puse el cambio en el bolsillo y el otro miraba el menú arriba, lo completó con
movidas rapidísimas. Mientras aguardé el emparedado, el joven lo desordenó y lo
volvió a acomodar al menos tres veces. Pensé que yo había tratado el maldito
cubo alguna vez, y luego de treinta minutos lo arrojé a un lado con el desdén
de los incapaces. ¿Inteligencia o simple mecánica? Ambas. Algún talento extraño
hay que tener para adquirir tal práctica.
Luego, el mismo
día, a las ocho de la noche, un trabajador del periódico, nacido en Honduras,
vino a arreglarme tres computadores. Me había dicho en el trabajo que sabía de
ellas, que confiara. Ante la posibilidad de llevarlas a un shop gringo, donde
me sacarían el ojo de la cara por hacerlo, decidí arriesgarme. Vino, se sentó
parsimonioso en el dormitorio, y escuchó mi explicación sobre lo que andaba
fallando. Sacó su laptop, pidió el código de wi-fi y, diciendo que no tenía
práctica con Macs, comenzó a rastrear en la Red para aprendérselas de
inmediato. Uno de mis ordenadores, una Performa de casi veinte años, tiene
cientos de escritos míos y un par de novelas en construcción a los que ya no tengo
acceso y deseo recuperar. Agarró el armatoste y no sin bastante esfuerzo lo
destapó. Yo miraba aterrado mínimos tornillos, piezas sueltas, el panel
electrónico, apilarse al lado. Como con el Cubo de Rubik, para mí eso
implicaría el fin del mundo. Reclamaría a favor mío que yo escribo, que no
tengo por qué tener habilidades técnicas. Pamplinas. Me gustaría poder.
El hondureño se
manejó entre el revoltijo con soltura y terminó, luego de dos horas,
entregándome las máquinas en funcionamiento. Ahora me toca bucear entre la
maraña de verbos para ver si un poco de lo que está escrito vale algo. A lo que
voy es que estos muchachos representan aquello que los Estados Unidos de
América no quiere ver, en medio de una política ciega y por qué no racista.
Prefieren importar pakistaníes, hindúes, japoneses y chinos para llenar el
inmenso vacío de mano de obra capacitada en el área. No miran que estos
jóvenes, nacidos o crecidos aquí, son “americanos”, que sus países no son ni
México ni Honduras sino USA. El ejército norteamericano está plagado de ellos,
y no de ahora. Quien puede morir por un país, supongo que tiene el derecho de
vivir igualitariamente en él.
Se condena a una
juventud potencialmente millonaria a trabajitos mal pagos. Cierto que el asunto
inmigratorio, latino, es serio y complejo, pero no comprendo la inversión en
gente extranjera que a la larga se irá, llevándose dinero y tecnología, como
pasa con los chinos, postergando, por otro lado, a coterráneos suyos a los que
se niega el derecho a existir como todos. Bill Gates y Mark Zuckerberg lo
saben, y por eso alegan por una reforma inmigratoria. Silicon Valley está llena
de latinos en puestos sin importancia: mano de obra imprescindible y barata
pero con el tremendo veto de la legalidad que les impide crecer y al país
beneficiarse de su capacidad.
Cuesta al sector
republicano entender que dichas personas consideran esta su tierra, que no
tienen, ni quieren tener, otra. Son segunda o tercera generación, enfrascada
más en la revolución tecnológica que en los chicharrones de la nostalgia.
¿Hasta cuándo? Obama ha hecho algo, mediano, pero quizá sirva para calentar la
discusión en términos reales, no frívolos ni ilusorios.
24/11/14
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Publicado en El Día (Santa Cruz de la Sierra), 25/11/2014
Excelente comentario, y muy triste...
ReplyDeleteHa empeorado la cosa ahora con Mr. Trump. Veremos hasta dónde llega.
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