PABLO CEREZAL
2014 me descubría asomado a las azoteas de
miedo y escarnio de una Cochabamba caníbal. Hasta allí llegué, dos años antes,
con la intención de colaborar al futuro de aquellos niños a quienes más
desfavorecía su voracidad ciudadana. Y al tiempo que descubría que la
solidaridad, en muchos casos, es nuevo disfraz con que ocultar antiguas apetencias,
me llegaba la ventolera de verbo exacto y puñal sensible de Claudio
Ferrufino-Coqueugniot: el Maestro de las letras bolivianas osaba enredarme en
una aventura literaria que pudiese describir las calles de nuestras ciudades
como si de un mapa de catástrofes se tratase. Una aventura literaria que, para
un servidor, fue vital, por restituirle la fe en que la solidaridad aún existe.
Comenzamos e escribir, al unísono, este Madrid-Cochabamba
(Cartografía del desastre) que verá la luz en 2015 de la mano de 3.600. Claudio me inoculó el veneno de
su prosa obligándome a rectificar en exceso los excesos de la mía, para hablar
de mi Madrid natal, por entonces tan lejana. Mientras, rediseñaba, con mordiscos de tinta, su Cochabamba, tan lejana también
para él.
Una ciudad lo es por el latido de los
perdedores que bosquejan su cartografía, más que por el acuciante trasegar de
la civilización y las monedas. Y estoy seguro de que el lector sabrá perder el
rumbo en esta metrópoli bifronte que hemos sufrido/gozado reconstruyendo para
ustedes en un puñado de páginas en que desarmamos coitos, extenuamos licores,
resignamos decesos, despedazamos bulimias, acordonamos acordes, prostituimos
excesos y amamos mujeres que tienen nombre de ciudad. Una se llama Madrid, la
otra Cochabamba. Ambas son, tal vez, las siamesas de navajazo y miel con quien
siempre soñamos yacer, Claudio y un servidor, en el lecho vespertino de La
Belleza. ¡Va por ustedes!
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Un fragmento de este texto fue publicado en Letra Siete (Página Siete/La Paz), 03/01/2015
Fotografía: Ioana Cristina Moldovan
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