Siberia: bosque,
tundra, estepa. Guerra civil; los trenes del almirante Kolchak vuelan con carga
de muerte. En ellos se acaban los prisioneros bolcheviques, lamiendo la negra
nieve del piso de los vagones.
Noche. Leo el
texto de un escritor kasajo acerca de aquel tiempo. Nieve blanca y profunda,
como mis botas hundidas en el invierno de Denver. Antes era la historia de la
guerra en el oeste y el sur: Denikin y Wrangel. Páginas de Isaak Babel y de
Alexei Tolstoi. Ahora la vida se ha movido a oriente, al otro extremo del mundo
ruso, un paisaje que observé en documentales, leyendas, en las imágenes de Derzu Uzala, de Kurosawa. Siberia solo
era un crepúsculo cochabambino, trece años atrás, de calientes sombras. Entonces
fue delirio intelectual y amor. Ha pasado mucho y no interesa más contarle a
mujer alguna historia soviética.
Estábamos en
Kolchak, Dios no lo tenga en su gloria, y en su guerra del fin del mundo. Su
sueño de zar negro se terminó. No importa quienes lo siguieron, solo captar la
agonía de la batalla en el espacio sin límites. Pelear con referencias
geográficas puede aceptarse, la visión de una montaña, de un montículo
siquiera, pero en Siberia no.
Tierra infinita.
Vivir allí, peor morirse, debe ser castigo eterno. Imaginar las horas, días,
los muertos en medio del extenso hielo… La guerra es horrible de por sí, pero
esta noche he tenido la sensación de que si fuese soldado rojo, en la Rusia
posterior al 17, si me diesen a escoger, preferiría morirme en Polonia,
corromperme al abrigo de los monasterios, bajo la observancia de los rezantes
judíos, que acabar en la estepa siberiana, preludio de nada.
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Publicado en
OPINIÓN (Cochabamba), 19/07/1996
Imagen: Soldados
campesinos de Kolchak
Joya de texto. Un abrazo, querido Claudio.
ReplyDeleteGracias, Jorge. Como bien sabes, un tema que me apasiona.
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