Cuando la señora Marianela
Paco, feroz Cerbero del rimbombante poder, aparecía con el sol de ocaso por
detrás, yo imaginaba que era El Gato con botas en versión oscura. Pequeña,
ensombrerada, no sé si con espada en mano o bastón de mando; Capitán Alatriste,
me dije, pero no hay épica en semejante esperpento, otra de las muecas del
Estado Plurinacional, tal vez una de las peores, beligerante, audaz,
dictatorial, hombruna, cuasi fálica.
A raíz de un
texto mío acerca de la marcha indígena que llegó a La Paz, y cómo el momento
aquel pudo haber sido decisivo en la historia boliviana, se suscitó un
escándalo que tuvo de todo: gente que me apoyó (así no estuviese de acuerdo con
lo que decía el artículo) en prensa y otros periodistos (con “o”) que se
entusiasmaron en denigrarme para ver si con ello, con la lengua áspera de
acostumbrados lameculos, lograban que Evo Morales les sonriera. Alguien me
envió un detalle delicioso de lo que ocurrió a puertas cerradas de un renombrado
matutino al respecto, diario que no tenía nada que ver en el asunto; detalle con
nombres y apellidos de los que se opusieron a censurarme y chillidos feminoides
de un resto que siempre lucra con la ya consabida lengua, rugosa de tanta
nalga.
Como sucede hasta
en la ficción televisiva, en este Game of Thrones, la mayoría perdió. El
jerarca los obvió solemnemente y ahora conforman una “sólida” vocinglería
antimasista que ni trago ni creo. Lamieron el trasero de Goni, quisieron el de
Morales sin éxito, y ahora mueren de sed anal tanteando en la niebla. Fuera de
la triste historia queda la amenazante anécdota del chaqueteo. El eructo
fascista, perdón, masista, no puede traer consigo carta blanca para quien grite
hoy, a cual más fuerte, contra el impromptu de Morales que de breve no tiene
nada y de improvisado, demasiado.
Pues en medio de
este carnaval de lealtades reales y figuradas, gratuito, estaba la figura de la
ministro Marianela Paco, que amenazó con enjuiciarme por las líneas ya citadas,
que calificó mi novela Diario secreto
como racista sin haber leído siquiera los derechos de edición. Fue tanta la
barahúnda que aparte de una gentil invitación a la televisión, por Skype, con
Sandro Velarde, poco pude decir acerca de las acusaciones que casi me equiparaban
a Eichmann, aunque no supieran y peor leyeran los líderes nacionales sobre la
Solución Final, que jamás había propuesto. Terminé hablando de una pandilla repentina
mientras la ensombrerada se me escapaba de las manos -con lapicera- que
ansiaban desterrarla al séptimo cielo con un manjar de epítetos y sarcasmos
rosa que preparaba y que archivé.
Finalmente, no
hubo juicio ni nada. El viceministro X no dio respuesta a mi desafío a debatir
sobre la indianidad y la raza. La Paco no quiso mostrarse mejor de lo que era y
mandoneó como le vino en gana a quien quisiera en nuevos y ajenos ámbitos.
Pésimo o no, vaya como mérito suyo, que a los otros les falta vergüenza y les
sobra tiempo para medrar. Aquella quedará como recalcitrante k'urpa de la historia
mientras la inteligencia olañetista continuará rebuscando el hilo del poder
para atraparlo y gozarlo.
Luq'usti es un vocablo quechua que indica que alguien lleva
sombrero. Siempre me pareció que se usaba en forma despectiva, tal vez sutil revancha
contra el conquistador. Y la ministro se suponía que no se sacaba el suyo ni
para dormir, amén de otras actividades entre pecaminosas e higiénicas, eternizando
nuestro bochorno de pueblo vencido, sometido al sombrero y al chicote para
siempre. Pero, lo dicho, su memoria ha de esfumarse con el fin de lo que para
muchos fue ilusión y quedó en espejismo. Suerte de Gato con botas, anécdota con
ribetes fantásticos. ¿Las ratas intelectuales? Por ahí, siguiendo al flautista,
al de turno y al próximo.
05/17
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Publicado en
ADELANTE BOLIVIA, 05/2017
Menos mal que la insufrible ministra ya es parte del recuerdo, recompensada su rabiosa lealtad con un miserable puestito de cónsul, para que habite en las sombras, como un auténtico duende, con sombrero y todo.
ReplyDeleteLo de “luq’usti” me suena un tanto raro, en el ambiente quechuístico en el que me he criado, nos referimos a tal atuendo como “loq’o” y es verdad, tiene una connotacion burlona y despectiva (la convivencia con el castellano provoca muchas veces que el sentido original se pierda o se tergiverse, ni los académicos quechuas coinciden) . Y en los bosquecillos al norte de Independencia , abunda el “loq’osti”, version silvestre de la granadilla, menor en tamaño y con sabor parecido. Eso sí, con poderes de embocharrar a quien los devore, por lo menos eso he oido. Aunque de chicos nos gustaba ir a buscar algunos, casi siempre escasos por la feroz competencia de los pájaros. Saludos.
Gracias, José, por esos detalles siempre enriquecedores. Mi padre usaba loq’osti, con o, para referirse a los ensombrerados. Una amiga que acaba de terminar un diccionario quechua sugirió con u y me atuve a su opinión. Más importante que la Paco, que es un terrón del camino como digo, me interesa esa planta que mencionas. Buscaré sobre ella y si tienes otra información me encantaría oírla. Saludos.
DeleteAh, se me había olvidado añadir que lo de “loq’o” se refiere mayormente al sombrero mal llevado o hacia aquel de mal aspecto, ridículo, o mala traza como decimos vulgarmente. Ahora que lo pienso, quizás por ello tu padre usaba lo de “loq’osti”, de forma sarcástica o irónica, comparándolo con el fruto ese. O tal vez sea simple coincidencia. Respecto a la planta, debo decirte que es muy similar a la mata del tumbo, igual medra en forma de enredadera alrededor de otros árboles o arbustos, con flores rojas y hojas alargadas. La única diferencia clara se da en la forma del fruto: no son ovalados sino casi esféricos, con la pulpa gris, agradable y dulzona, y con sabor que recuerda a la granadilla; la cáscara es amarilla como la del tumbo pero mucho más dura y el tamaño es aproximadamente la mitad del de la granadilla. Espero haber ayudado algo más. Saludos.
DeleteExcelente, José, gracias. Creo no haber visto ni probado ese fruto, aunque gracias a la afición de mis padres por el mundo rural íbamos siempre al campo y recibíamos visitas de innombrables compadres y ahijados cargados de presentes. A ratos me parece que es un mundo muerto, pero, viéndolo, creo que está muy vivo. Cambió el matiz, tal vez. Un gusto conversar sobre el tema. Ahora leo, y escribiré, sobre el bosque de algarrobos de Tiataco. Nostálgico, triste, fascinante.
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