Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
En Venezuela se
está jugando más que lo suyo propio. Evo Morales observa, y su séquito
“inteligente” todavía más: tal vez esta de una forzada Constituyente es la
opción necesaria para eternizarse en el trono. A pesar de que difieran las
variables, en el campo político pareciera que de acuerdo al resultado de
Caracas podría darse una versión boliviana incluso con mayores perspectivas
dada una población acostumbrada a obedecer sin chistar al patrón de turno.
Dependiendo del
petróleo, que sin estar bien ha repuntado hasta un límite que permite
supervivencia a la élite dictatorial, Nicolás Maduro podría hundirse en el lodo
hasta el cuello, con la macabra disyuntiva de ahogarse o morir ahorcado. Es en
esta área que legisladores norteamericanos han comenzado a mover los hilos que
a través de la subsidiaria venezolana en los Estados Unidos, CITGO, lograrían
presionar tanto al país que los chavistas se alejaran del poder sin lucha. Muy
difícil, ya que el vicepresidente, Diosdado Cabello, jerarcas militares y otros
tienen cuentas pendientes con la justicia del norte por narcotráfico. Será pues
victoria o muerte, en la mejor tradición castrista, con muerte de seguro y
cárcel para los infelices que sobrevivan la debacle.
Es fácil ser
agorero del desastre, pero en Venezuela creo que no hay diferente salida. A
pesar de que en Libia desechar a Kaddafi no dio excelentes resultados sino al
contrario, se esperaría que en Sudamérica la parte trágica no alcanzase tales
niveles de violencia radical; al menos se descartan motivos religiosos en la
guerra de facciones. Por ahora hay una endeble unidad en la MUD que opondría al
caos cierta solidez política al menos en primera instancia. Lo triste está en que
dado que el ejército es decisivo en el continente, la revuelta obligatoriamente
tendrá que pasar por él, sea de manera de insubordinación de mandos medios o
por obligación hacia la presión de los Estados Unidos que todavía no se ha
involucrado con ganas en la disputa.
Si sucediera que
el gobierno Trump decida participar en la preocupación de lo que pasa en
Venezuela, o sospechar que su inestabilidad pueda tener consecuencias que
afecten la seguridad nacional de EUA para intervenir con un inmenso poder
intimidante, la retórica “revolucionaria” se vería justificada y el actual
enfrentamiento pueblo indignado versus gobierno pasaría a liberación contra
imperio, lo cual desvirtuaría por completo la brega de una gente hambrienta
necesitada de terminar con el opresor que la castiga. Eso busca Maduro y el
grupúsculo de países alineados detrás suyo (en frente Bolivia, y con sombrero),
cambiar el discurso que favorecería su empeño por permanecer a ojos de un mundo
ajeno y desinteresado y habitualmente enemigo de la injerencia norteamericana.
¿Cómo evitar
esto? Sin las armas, la complicidad del ejército, es dudoso que la larga lista
de muertos en las protestas pueda per se debilitar casi veinte años de un ya
solidificado latrocinio. Lo mejor que le cabe a Maduro es esta
internacionalización del conflicto local porque no da resultados concretos.
Restricciones económicas, congelamiento de cuentas personales, etc., no bastan
para debilitar un régimen que se nutre hasta lo último del erario patrio. Tal
vez, como ya fue dicho, restringir las importaciones de crudo por parte de USA
volcaría la balanza, pero ello exigiría una voluntad que míster Trump no tiene
ahora y que no conviene al espíritu del movimiento popular.
A esperar
entonces un terremoto, un milagro, un agotamiento espiritual que haga
desfallecer a una de las partes y entierre a la otra. Pulseta que sin duda
tiene fin; no puede ser eterna. Pero no conocemos sus alcances, el hasta dónde
la capacidad de los venezolanos de soportarlo sin irse a las manos: una tercera
opción, la guerra popular en completa desigualdad de condiciones. Que ha
ocurrido, sí; no es garantía de derrota pero su costo suele ser muy elevado. Lo
decidirá el estómago y se lo apropiará la política, según siempre sucede.
08/05/17
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 09/05/2017
Imagen: Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, los actores bolivarianos, por Pancho Cajas
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