Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
Raúl López Soria
-Nevado Andeslis- trashuma las calles de Cochabamba cargado de libros e ideas.
Papeles que en él tienen la magia de sueños y de un mundo fraterno donde la
posibilidad de mal no existe. A eso va la poesía, a la incansable
búsqueda de belleza; incluso entre los avatares más negros, camina con pasos
luminosos en pos de un tiempo mejor; y no hablo de lírica...
Años atrás, en un
evento literario, se me acerca un hombre alto de anteojos y entablamos
conversación acerca de algunos textos. La charla prosigue en las mesas del Café
Fragmentos, y se alarga en la noche que ha perdido sus estrellas por las
estrambóticas construcciones de esta -arquitecturalmente- ciudad mártir.
Lo que me
sorprende en Nevado Andeslis, entonces y hoy, es la lujuria de elogios hacia
sus colegas de escritura. Extraño en una profesión que, duro decirlo, se ha
cargado de envidia y saña como sus facetas más distinguidas. No en Nevado para
quien toda expresión artística, en particular la literaria, tiene validez. No
hay poeta o escritor malo. Se adhiere a la prédica de I.E. Babel acerca del
derecho a escribir mal. Finalmente uno escribe para sí y si tiene la dicha de
hallar lectores, estos cargan consigo la autonomía de aceptar los escritos o
no. Nevado Andeslis lee a todos aunque comprenda que no todos deseen leerlo.
Parece no importarle. Su actitud reclama la virtud de aceptar los puntos
de vista ajenos con la calma y la intimidad de aquel que no tiene nada que
temer, del hombre que vive para escribir y que funda su humanidad, fuera de los
consabidos deberes cotidianos, en su apreciación feliz del entorno.
Si leo a Ilia
Ehrenburg en sus memorias siempre hojeo el capítulo que dedicara al dulce poeta
yiddish Perets Markish. Encuentro en estas líneas, y también en las escritas
sobre otro poeta, Julián Tuwim, similitudes preciosas con nuestro poeta local,
ese Raúl López Soria, alias Nevado Andeslis, con nombre de montaña tal vez para
especificar su plácida solidez.
Me gustaría
extraer versos de los muchos de Nevado que archiva mi computadora. Pero soy
inútil en esto de la tecnología y sólo puedo trabajar con una
"ventana" a la vez. No se necesita, si lo pienso mejor, porque hablar
del hombre implica hablar de su texto. Y ambos, letra y humanidad, brillan por
límpidos.
No sé dónde nació
Nevado. Lo conocí en Cochabamba. Lo vi caminar allí. En agosto pasado
apareció por el mismo café a participar de una idílica borrachera acompañado
por una estatuaria y bella mujer. Mi amiga, la presentó, y el sutil revuelo de
la envidia se aposentó en los vasos de quienes creen portar el don de la
palabra, sin espantar al poeta que sólo sonreía y se negaba a infiltrarse en el
triste mundo de la competencia. Se fue como vino, suave y gentil, despidiéndose
de todos, con la cerveza que se agarraba a sus piernas y parecía cansarlo.
Distribuyó algunos volantes literarios. Opinó con su sencillo y críptico modo.
Estudió medicina.
Creo que continúa en ella siguiendo una tradición entre ciencia y arte que
incluye a Dostoievski, Sábato y Arlt, matemáticos en ciernes o logrados
físicos. En la profesión, espero que Nevado encuentre la solvencia para poder
sobrevivir con sus hijas los vericuetos de la economía global sin dejar de
escribir. Nos sucede a muchos cuyas finanzas dependen de labores alejadas
de la creación. Bueno en cierto sentido para ampliar el conocimiento del mundo
en derredor. Volviendo a Babel, nada mejor que interconectarse con los demás y
oír sus historias cuyo interés deviene en arte si se quiere.
Émulo de Ernesto Guevara como viajero, Nevado Andeslis tomó en un momento de su cronología una vieja motocicleta y se embarcó en un "raid solitario" hasta Panamá, cargando en vehículos, mitad carromatos-mitad balsas, su máquina por la impenetrable humedad del Darién.
Escribió cuentos
para niños, poemas, novelas. Su novela "Sublime arco iris en el puente del
Topáter", con portada de Caspar David Friedrich, es un libro complejo. Un
análisis de su contexto y textura descubren una originalidad única, un espectro
creativo tan vasto que varios desearían lograr.
04/12/06
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Imagen: Lyonel Feininger
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