Jenny me dice que
existes, isla de sal, isla salina, salada, salera, salosa, en algún lugar,
entre África y Brasil. Me habla del viento tórrido que mueve tu blanco polvo.
De una perra madre que deambula por la playa con tetas colgantes, boca de sus
cachorros. Por eso, cuando me acuesto, me sueño en ti, en una baranda que de
seguro no está, mirando pasar tu perra, oyendo ese ventoso trópico que en
contacto con tu sal suena como garganta aserrada de sed. Y, dime, ¿los peces de
tus orillas miran blanco, son ciegos? ¿Brilla en la punta de tus árboles la
sal, como humareda de boscosos diamantes?
No estás en los
mapas. Es posible que aparezcas de día y te hundas de noche, o no sé qué
movimiento tengan tus sales. Pero, te digo, mi sueño no era pesadilla, era
extraña paz en tus playas faltas de arena, en tus pasadizos que son ríos de
leche sólida.
Tu viento empuja
mi barca, tu viento me vuelve a dormir. Cuando despierto, percibo un sabor de
sal, muy leve, por mis labios.
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Publicado en
VIRGINIANOS, Los amigos del Libro, Cochabamba, 1991
Hermoso, transparente
ReplyDeleteGracias, Fernando.
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