Desde mucho, allá
en la infancia, leyendo en Jorge Amado los horrores de la dictadura. Columna
Prestes, tan lejos en la historia, tan cerca en la geografía y el sentimiento.
No había opción por cuál lado apostar.
Todo cambió.
Llegó un milico
con pinta de heladero y voz de cantor de putero: Hugo Chávez Frías. Juró que el
porvenir lo iba a idolatrar y su figura se desvanece como algodón dulce en los
labios. No queda en ningún término positivo con la historia pero sí acuñó
tremendo legado. No que la corrupción no existiese antes de él, pero hubo una
izquierda casi sacrosanta que aportó sangre en demasía, rojo color que impidió
ver que unos no diferían de los otros, que el juego del poder no recala en el
número de muertos ni en el sacrificio; que el dinero cuenta y no la idea; que
la retórica y no la esencia.
Chávez falleció a
pesar de ponerle velitas a un dios extrañamente fraterno con verborrea marxista
y revolucionaria. Su cría, amante quizá, Nicolás Maduro, brega por ubicarse en
el más prominente sitio de los monstruos. Con Assad, Putin y resto de escoria.
El mal cantor de boleros se fue a la sombra solo, ni siquiera como Facundo
Quiroga que en boca de Borges llevó consigo al infierno degollados de escolta.
Quedaron los engendros: Correa, escapado por ahora y tratando de engrosar la
vocecilla; el nombrado chofer de bus, adicto al perreo (por ambos lados). El troll
local nuestro: Evo, añadido a la lista de los financistas del siglo XXI, ricos
sin trabajar, economistas de excepción que hallaron la fortuna de Midas y
perecerán como él.
Velicas a Dios…
No sirven.
Lula apareció por
un tiempo como imagen de la izquierda sobria. Amado, no dudarlo, por un pueblo
alegre con tristeza de mísero. El caudillo del fútbol, que en la ilusión de un
gol y el griterío de las tribunas obvia el meollo que para cambiar algo hay que
distinguirse del otro, no diseñar políticas similares con carnavales distintos.
O mais grande suele ser el pequeño si no hay grandeza seria, la de un Gandhi
(no en sentido pacifista) ajeno al tesoro alrededor. Pero Lula no resistió
extender la mano y enriquecerse, tal vez no con el descaro con que se hace en
Caracas o La Paz, pero igual. ¿Entonces qué? Derecha e izquierda castigan al
ladrón. Jean Valjean estuvo en trabajo forzado por robar un pan, pero los
presidentes, como los arzobispos, no tienen tal problema de hambre en suculenta
mesa. ¿De dónde viene este deseo de apoderarse de algo porque es fácil? Si
hasta en la siniestra hubo uno: Mujica, que medio que jugó a modesto apóstol.
No sé si en la diestra hubo ejemplos similares pero no importa. No puede un
gobernante aprovechar de su poder político para medrar, o su familia, como lo
han hecho estos falsos revolucionarios.
Cárcel. Barrotes
que se interponen entre el aire libre y la vida. Sucede que hoy en América
Latina se está haciendo costumbre estar arriba y lucrar a manos llenas y luego
purgar (no sé con cuánta dureza) condenas de delito común. Dirán los
psiquiatras que viene esta gente de estratos humildes y que no puede superar el
trauma de las limitaciones pasadas. Vamos, ese argumento no puede existir en
personas que han hecho de su existencia lucha social. No sabemos si el objetivo
de esta lucha era precisamente ese: el de reemplazar a los patrones y
convertirse en tales. Quizá no. Lula tuvo una carrera que afirmaría lo
contrario. Y de pronto aparece Lulinha, su hijo, de cuidador de zoológico a
potentado. ¿Qué lo diferencia de Trump? Parecía que todo. Y nada lo diferencia.
Pues adentro, y que siga el samba bailando lujuriosamente penas con alegría.
09/04/18
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Publicado en EL
DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 10/04/2018
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