Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Pues héme aquí,
debajo, mirando a través del hielo la gente arriba.
Resulta que
caminaba ayer por el lago Ontario, congelado, y creí que podía saltar porque
sentía que quería hacerlo. Mi compañera sugirió lo contrario. No seas loco,
dijo, ya es febrero y el hielo no soportará.
Ahora, miro los
pies de muchas personas, zapatos y botas a cual mejor y más caro. Me buscaron,
pero a esa profundidad y con tal frío nunca me hubieran hallado. Desistieron.
Lo que no saben
es que acá, debajo, a pesar de tanto cristal congelado por encima, hay vida.
Perdí la voz, cierto, y el movimiento. No los ojos. La pérdida del tiempo, del
factor horario, pensé que equivaldría a tragedia en mi vida y ya no. Si fue
ayer o hace años que caí, que observé a Fernanda desesperada asomada al hoyo,
no puedo afirmarlo. Miro, de cuando en cuando (por la luz supongo llegó la
primavera) una viejita que deposita flores por donde caí. Me recuerda las
brujas de Blanca Nieves. Tanto de eso, diría, si supiera el paso de los días.
Desde que ya no duermo, que mis pupilas quedaron fijas contemplando el mundo de
arriba, dejé de contar. Con qué dedos lo haría, me pregunto, si en realidad
todo lo que parece es que soy es una mirada eterna hacia un mundo que se fue.
Muy simple, pero extraño, no hay pesadumbre.
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Parte del libro
de Cuentos y cuadros, de la pintora Ejti Stih, Santa Cruz de la Sierra, 2018
Imagen: Cuadro de Ejti Stih sobre el que se basa el texto
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