Para mi padre
Ecléctica de Claudio Ferrufino-Coqueugniot más que ser un
libro que reúne las columnas escritas por él entre 2003 y 2006 es una
experiencia de libertad. Quizás esta sea una palabra de difícil uso en estos
días en los que nos hemos acostumbrado a lo reiterativo, a lo común, a las
cárceles de la soledad de lo conocido y esperable; o puede que sea una palabra
incorrecta cuando todo es inmediato, porque la libertad como otras tantas, es
una palabra lenta. No se la consigue de un día al otro. Y, es más, en el
momento en que se la vislumbra, parece escapar para anidarse en otros espacios
menos conocidos. La gran búsqueda vital a la cual los seres humanos nos
enfrascamos tiene que ver con esa palabra.
Sin libertad no
sólo no habría arte, sino que ni siquiera se lo podría definir. Sin libertad no
existiría la ecléctica forma en que el autor de este libro nos conduce, entre
reflexiones que para nada son solamente digresiones, por pasajes que van desde
los viajes iniciativos a las lecturas primordiales de los libros a los que
siempre regresa ya sea para obtener una nueva dosis de esa sabiduría anclada en
las páginas de escritores rusos como Tolstoi o Babel; también encontraremos
guiños familiares sobre el nacimiento y crecimientos de sus hijas, pero son
señales para que luego de unas líneas el escritor que vive en el padre nos
hable de ciertas películas norteamericanas o europeas que conforman el
horizonte de mirada por el cual el mundo de Claudio Ferrufino-Coqueugniot
pierde fronteras.
No se trata de
una detonación que nos enseña que todo es material para la escritura. No. Aquí,
en este libro, hay algo más radical. Aquí se demuestra que todo es material
para enriquecer y profundizar la propia existencia y descubrir los múltiples
pliegues que tiene.
Libertad
creadora, pero también libertad lúdica al ir indagando entre pasajes
desconocidos para asombrarse de la propia ignorancia. Y es que si hay otro
rasgo importante en la escritura del escritor que presentamos ahora, es que no
deja escapar la oportunidad para reconocer casi con impaciencia la propia
ignorancia. Ferrufino-Coqueugniot en ese sentido es quizá un escritor que
intenta a toda costa decir la verdad.
Este libro tiene
su razón de ser porque también, como pocos, nos acerca a la bitácora o cuaderno
de notas de un escritor en progreso. Cada libro, cada película, cada pintura,
todas las canciones y los discos y las anécdotas de los amigos que están
dispersos en el mundo, sirven, para que él, como autor conforme, luego de
calibrar lo necesario, un mundo ficcional propio y autónomo que coquetea con la
autoficción. Escribir es un acto de la voluntad y no sólo una vocación parece
sugerir cada una de las columnas. Y es que, si la música es la filosofía de los
pobres, las columnas de opinión de nuestro autor son literatura abreviada para
personas que están todo el tiempo conectadas a la modernidad.
Pero se presenta una lucha porque la modernidad implica no cuestionar y seguir el rumbo. Construir zonas de confort y aniquilar la duda. Ferrufino-Coqueugniot, pone freno a ese acontecimiento y cuestiona, incómoda, duda, sugiere, interroga y presenta otras posibilidades; aquellas que van desde la plaza principal de Cochabamba y termina en Praga. Para él no hay límites. No es que la escritura sea un lugar sin límites. La vida misma lo es.
Leer este libro
da sentido a la palabra libertad. Da orden y genera las ganas de escribir, de
salir a las calles y devorarlo todo. Pero, la clave es que no es el afán
consumista lo que motiva este acto: es más bien, el reconocimiento de que, como
personas, como humanos, merecemos más. Deseamos todo el tiempo y por ello
nuestro estar en el mundo es ecléctico, porque podemos conectar cosas que
aparentemente no tienen conexión y lo hacemos porque así damos orden y sentido
a todo cuanto nos rodea.
Y entonces
tenemos entre manos un libro que es capaz de ser muchos libros al mismo tiempo.
Es un libro de viajes como los que escribió en su momento nuestro querido Paul
Theroux, es un libro de ensayos escrito por un escritor al calor de ejemplos
como los de Borges o Tolstoi. Es un cuaderno de notas como el que llevaban los
impresionistas cuando estaban sumergidos en trabajos que les abrirían nuevas
puertas artísticas y de representación de la realidad.
Unir
conocimientos y texturas y matices: de eso se trata Ecléctica. Del viaje que nos espera en sus páginas, de las
coordenadas vitales con la que regresamos. A veces hay que perderse para volver
a encontrarse. Más viejo, menos cansado, más sabio tal vez, pero, sobre todo,
con la energía de saber que lo que hicimos valió la pena; eso debería
enseñarnos cada libro, o al menos los libros que buscamos para que nos den un
poco de oxígeno cuando más lo necesitamos. Que nos hagan soñar despiertos y que
nos hagan pensar que el mundo es complejo, pero abarcable. Que el arte salva.
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot en este libro nos entrega tres años de su vida, habla con
nosotros de lo que le pasó, lo que leyó y por dónde estuvo en ese tiempo. Nos
deja acompañarlo y sentir cada palabra y frase, es también entender que la
escritura es un permanente juego con el recuerdo y la memoria. Acá la memoria
no es esquiva. La recuperación de todo lo vivido es un acto de fe. Una manera
de decir que todo lo hecho y todo lo que hay por hacer está bien. Que las
equivocaciones cuentan, claro, pero no por eso vamos a detenernos. Cada paso
nos acerca hacia el destino que como la Ithaca
de Kavafis, es inalcanzable porque lo importante es el camino, no el destino al
cual se debe arribar.
Así, entonces,
este libro, espero que sea una de esas experiencias de lectura que rompa con
los prejuicios y deje sin valor el miedo a lo desconocido. Que este libro
celebre la libertad creativa, la liberación de las fronteras, y sobre todo, la
libertad para poder vivir en este mundo sin claudicar ni ampararnos en el
confort de lo estable y recurrente.
La Paz, enero de 2019.
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