Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Abrí los ojos y ahí estaban los rascacielos de Presidente Prudente. Los volví a abrir y a manera de lagos se presentaron las bahías de Panamá y de Cienfuegos. Anillos y collares de hueso blanco en las afueras de Matanzas. Frágiles y sutiles, de cocodrilos huesos y buril. Iluminó tu cuello calabrés un collar de cuentas de coral negro; mejor te veías con coral rojo. Supongo que habrán quedado en cajones polvorientos o que otras los llevan porque se los diste. Una cabeza en miniatura de plomo, único recuerdo del barrio chino de La Habana, sigue en intocada caja de mi mesa de noche. Me trasladé, cierto, pero no completo. No te deshaces de la mugre de las uñas, permanece, tiene tonos marrones y fugaces sepias.
Arrecia la
banda mexicana con corrido movido y machista, “aunque eras mujer paseada”,
dice. Pobres mujeres, atareadas por pistolones de cobardes. Prefiero pensar en
que atravesando el océano verde, no el de Yellow
Submarine sino el de Cancún, acariciaba un tomo de Alejo Carpentier para
gozarlo juntos en casa, con una botella de ron de Santiago, de esas que nunca
salen en catálogos mundiales. Stefano Varese parte hacia Oaxaca, lo pierdo en
el aeropuerto. Llevo conmigo, autógrafa, su emblemática La sal de los cerros: mina del río Perené, resistencia ashaninka,
el mítico Juan Santos Atahualpa, Inca jamás derrotado. Yo sigo a México, con
inmigración en Houston, Texas, donde habré de mentir que pasé los días en el DF
y Veracruz, que Cuba está prohibida. Mar esmeralda, desde el cielo se puede ver
el gris lomo de tiburones errantes. Pura literatura.
Desperté
leyendo a Plotino. Y hojeo hoy a Pierre Drieu La Rochelle que comenta sobre el
filósofo heleno y sobre Platón. Me gustaba, cuando lo tenía, seguir las páginas
de Plinio el Viejo. Un polvoso libro de Benigno Carrasco: Hechos e imágenes de nuestra historia, dedicado al tío Rómulo el 7 de
septiembre de 1950 en La Paz, aguarda por una revisión de casi cincuenta años cuando,
apoyado en el frío muro del pasillo de casa, leía avatares de nuestra tragedia.
Tulum.
Nombre de
Dios.
Chocó.
Festejo del color.
Tumba del
señor de Sipán.
Camino que
va desde Suncho Corral hasta Salavina, Santiago del Estero, tras los pasos de
los Espeche y los indios huarpes, sangres de mi sangre, sufrimiento y
penitencia.
Cierro los
ojos y estás tú, en nido de ametralladoras. No, no es la ofensiva del 42; está
muy claro que el calendario marca el dos mil veinticuatro. Los nueve libros de
Heródoto ya no bastan, los despojos de los soldados de Alejandro polvo son.
Abro y
cierro la persiana en dos tonos. En el claro, viven imágenes de extensos
maizales y de un bebedero de vacas en lustroso concreto. Los horizontales
oscuros anuncian crepúsculo. Cuenta Máxim Gorki de Anton Chéjov: “Calló, quedó
pensativo y dejando caer la mano en un gesto de cansancio, dijo en voz baja:
¡Qué absurdo y torpe país es nuestra Rusia! La sombra de una profunda tristeza
cubrió sus divinos ojos, los finos trazos de sus arrugas los rodearon hundiendo
su mirada (…)”. El Ejército Rojo ha tomado Berlín, por encima del angustiante
gemido de mujeres violadas suena a todo volumen en cada esquina música del gran
Tchaikovsky. Ehrenburg se fotografía con los partisanos judíos de los bosques
de Vilna. Luego escribe notas llenas de dolor y odio acerca del justo castigo.
Atardece
sobre la sacrificada Letonia, muertes de ida y de vuelta, como la taba, cara y
culo. Ora son nacionales ora revolucionarios. Vuela la moneda de un peso, usaba
yo las de diez francos que obtuve de limosna en París, y la rayuela se oye
seca, casi golpe de gatillo. Miden puntos los contrincantes y beben. A quien
pierda le toca suicidio.
Si he de
ser franco hoy me gustaría acordarme de ti. Pero franco no es neutral y no haré
referencias específicas. Collar de coral, anillo de oro feble.
En el
confortable bus, despierto: torres de Presidente Prudente. Detrás quedaron
pantanos y negras mujeres con baldes sobre la cabeza a orillas del río
Paraguay. Deliciosas galletas brasileras, el vagón de tren se inclina peligrosamente
de un lado a otro en Roboré porque el piso donde descansan los durmientes es de
no sólido barro. En el norte argentino ellos, los durmientes, estaban tallados
en quebracho rojo, vaya ignominia.
He oído
anoche poetas jóvenes versificando aterradores panoramas. Por indumentaria y
años no creo hayan vivido nada. Como todos nosotros, pizca de desdichado amor, interrumpido
coito con la belleza, quizá una luna carmesí y un cometa que cae sobre tu
espalda y abre brecha de lava y fin del universo. Te sacaba uno a uno los
terrones de greda que se te pegaron al espinazo mientras me soportabas encima.
En tus senos, barba de choclo.
Ha caído
otra vez del muro la máscara bozo de murciélago. Ya la conseguí rota en varias
partes pero hay objetos que incluso destruidos brillan. Mírate tú como ejemplo,
bella y a retazos de memoria, ni reconstruirte puedo, menos pintarte, apenas
escribirte compungidas necedades. Agarro el pegamento que asegura ser más
fuerte que el cemento, que cuidado porque si lo pones en los dedos quedarás
rezando para siempre, monaguillo del atardecer.
Búhos,
lechuzas cuando subo la colina hacia la avenida Leetsdale. Extraño la noche,
para qué negar que no, si treinta años al menos fuimos fraternos, tú, yo, el
silencio. Animales que danzan y cazan. Ruedo de azares, cerveza negra, la más
oscura, Mackeson XXX, triple stout, horneada en Trinidad y Tobago; la llaman la
cerveza fantasma del Reino Unido porque se mueve y comercia por fuera de la
propaganda. La bebía en Brandywine Street y en Rockville, Maryland, en tiempos
solitarios sin asomo femenino. Después me hice suave, no delicado, y, aunque
estibador, trashumaba los sábados de asueto con ropa fina, camisas de lujoso leñador,
chamarras de falso guerrero.
Corta
siesta. La comencé en Londres y terminó en Oporto. De hamburguesa a vino del
Duero. Había fados y bellísimas que los cantaban. Tan desesperanzados que el
sexo moría de asfixia, dando bocanadas de pescado. Desde la ventana, Santo
Ildefonso. Te envío fotografías que nunca abrirás. Llegan noticias de Madrid,
de Roma y de Odesa. En el reflejo del vidrio mi mirada se hunde; si parecía
icono por las ojeras. Creí que Portugal vendría con jugosos pechos, sudor de
octubre. Heme aquí contemplando el río desde una altura, con vino blanco no de
mi preferencia pero que ayuda a los mariscos.
No me voy en el tren de la ausencia; en él
vengo.
25/05/2024
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Imagen: Mural de azulejos en la estación de São Bento, Porto, 2018
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