Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Nunca asistí a la famosa entrada del Gran Poder, la mejor expresión indoamericana del capitalismo entusiasmado, o muestra innegable de la pujanza aymara para elevarse por encima de achachilas y vainas o no del supuesto pasado y del exuberante presente. La fiesta, en Bolivia, es la cima de la nacionalidad, más incluso que el carnaval carioca que algunos sociólogos han considerado una revolución social.
Nunca asistí a la famosa entrada del Gran Poder, la mejor expresión indoamericana del capitalismo entusiasmado, o muestra innegable de la pujanza aymara para elevarse por encima de achachilas y vainas o no del supuesto pasado y del exuberante presente. La fiesta, en Bolivia, es la cima de la nacionalidad, más incluso que el carnaval carioca que algunos sociólogos han considerado una revolución social.
En el muestrario
popular, de un autoctonismo comparable con el “Belzu ha muerto, ¿quién vive
ahora?”, está la memoria recordada, quizá inventada, de Hilarión Daza
postergando la guerra para continuar el carnaval. La certeza deja de importar,
porque ambas situaciones, la del Tata asesinado por Melgarejo, o la del
presidente pidiendo chitón para no agriar el jolgorio, nos desnudan a la
perfección, nos dejan culipelados ante la historia y su juicio.
Sentados en la
tarde cochabambina, hace un par de semanas, conversaba con mi padre acerca de
los bloqueos incesantes y multitudinarios por los beneficios de jubilación. Me
aseguraba él, conocedor de sobra de su ganado -como se dice-, que aquello no
llevaría a nada, que pronto el espíritu de festejo postergaría cualquier
reivindicación. Este es el único país del mundo donde se detendría una
revolución para ejercitar pasos de moreno, rugidos de diablo, o azote de
calzones multicolores de las otrora chinas supay, hoy barbies, que dan el toque
sensual y carnal a este matrimonio del cielo y el infierno (no a la usanza de
William Blake sino a la de Choquehuanca).
Cómo podría ser
distinto. Somos la república de la papalisa y el camote, la catedral del trago,
tierra donde los gobernantes se hallan prontos a intercambiar la máscara de
estadistas por el rostro de pepinos. Se culpa a Evo Morales del desmán de ser
tales, cuando en realidad siempre lo fuimos, excepto que el presidente actual,
únicamente emulado por Barrientos, comprende la idiosincrasia de un pueblo
ávido de latapukus y de mentirse a sí mismo. Dotes de político, o solo dotes de
boliviano…
Imaginen a Lenin
en Cochabamba, en Urkupiña; o en La Paz del Gran Poder. Su agenda tendría que
chequear con minuciosidad el calendario. No fuera que justo en la fecha del
golpe bolchevique la nación camba-colla festejase una virgen, o al señor de
Bombori, o al de Mayo, de Junio y de Julio; de Agosto y de Septiembre. El calvo
se estiraría los inexistentes cabellos y se exiliaría de buena gana otra vez en
Sushenkoie, tratando de olvidar la liviandad de los pueblos, el infantilismo atávico.
La historia otra, con nosotros en el timón; seguro.
Entre mandarines
hasta inicios del siglo XX, o entre organizaciones tribales desperdigadas,
encontramos efusividad semejante. Un ejemplo cercano, el de una boda virreinal
en Chuquiago, con trajes de opereta plurinacional que detestaría Chimpu Ocllo,
Garcilaso el Inca, pero que empalma de maravilla con un tiempo en que el
parlamento onomatopéyico se ha convertido en el zoo del emperador Moctezuma II.
Pocos lugares, repito, tal vez ni en Kosovo, en que un coito oficial guarda
protocolo de ajtapi.
Volvemos a la
deliciosa tarde cochabambina, con pukacapas para el té, donde un sentencioso progenitor
augura el fin de marchas y bloqueos. Por lo que somos, pero, y también sobre
todo, porque se acerca la fiesta y nadie quiere perdérsela. Ni el déspota ni
los desposeídos. Mejor lo hacemos mañana. Mientras tanto los de arriba juegan
fútbol, incluso con el gringo tonto. Pasear la camiseta así es casi como mear
los perros, marcando territorio.
23/5/13
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Publicado en
Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), 24/05/2013
Fotografía:
Morenada, Bolivia
"Pasear la camiseta como mear los perros"..,ja! Elocuente imagen de un infame asno ególatra q quiere estamparle su nombre y su apestosa huella a todo lo q le sea posible..Muchos millones d paisanos, ciegos, encantados y brutos como el séquito o corte d lambiscones del Pichicatakuti.
ReplyDeleteNada como la sabia perspectiva del patriarca, del ejemplar por infinitamente corajudo padre, estimado Claudio. Gracias por compartirla! Abrazos.
A muchos no les gustará el texto. Lo tomarán personal, querido Achille, obviando que el sarcasmo es reflejo de algo que se está pudriendo y los va a arrastrar consigo. A darles, mientras podamos, para que vapuleados se den cuenta de que no pertenecemos a ellos.
ReplyDeleteQué delicioso es el quechua que permite expresiones irónicas como "lataphukus" que le viene bien al caudillo, compitiendo con otro que le viene mejor todavia "wayrajayt'a" en alusion a su torpeza supina para golpear la pelota."Al pueblo le gusta y vamos a seguir televisando los partidos, no importa la plata que se gaste" declaró en alguna ocasión Evo el Austero. Un saludo.
ReplyDeleteToda la razón, Jorge, respecto del idioma. Y acerca de las declaraciones del Austero, esperemos siempre más. El wayrajayta ¡ni se lo digas! que te vas en cana. Abrazos.
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