Québec
es la zona francesa del Canadá, quizá la más linda del país. Ya hablé de la
ciudad de Québec, de sus multicolores efectos. Escribí también poemas sobre
iglesias de roca negra o ennegrecida... Hoy quiero recordar La Baie, en el
norte de la provincia mencionada.
Un
octubre -alguna vez- mis hermanos me aguardaban en el aeropuerto de Montreal.
La tarde vestía un pálido gris destinado a la alegría. De allí partimos en un
viaje de cinco horas en auto hacia La Baie, villa de la región de
Saguenay-Saint Jean. Atravesamos de noche el extenso Parque Nacional de
Laurentides, patria de los alces. Bosque y bosque atrapaban la oscuridad entre
sus ramas. El brillo otoñal de las lagunas iluminó en mí un sueño de
tranquilidad.
La Baie
era la punta de una larga lengua de agua. La bahía (baie es bahía en español),
descansaba en medio de colinas arboladas como un invento infantil. El oleaje
venía en placentera rutina hasta los rodados cantos de las orillas.
Las
aves de la mañana desplegaban la sábana blanca de sus alas sobre el horizonte.
De a poco caían tos maderos de una fábrica de papel y los barcos cargaban las
páginas que serían repartidas por el mundo con su vacío vientre pleno de
ilusiones.
Si ha
existido la calma y si yo la he visto ha sido allá. Aquél es un pequeño deseo
aguardando las anhelantes soledades del que busca algo. Allá, a las hojas las
barre la brisa matutina.
La
ville de La Baie es real, tan real como Lucie...
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Publicado
en TEXTOS PARA NADA (Opinión/Cochabamba), 20/10/1987
Fotografía: El ferry Tadoussac-Baie-Sainte Catherine
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