Que hay cosas más
importantes para escribir las hay, pero… ¿escribir sobre el nuevo triunfo de
Rajoy en España? ¿O sobre la asquerosa disyuntiva de comentar acerca de él o
del pequeño Hitler, el vanidoso Pablo Iglesias? No, gracias. La épica y lo
romántico del NO PASARÁN se ha extinguido. Ahora el mercadillo político no me
interesa, pugna entre experimentados mañudos y ambiciosos cagaleches.
Paso a otra cosa,
con ánimos caldeados de alegría en Chile y sombríos nubarrones en el Plata.
Chile fue mejor, mucho mejor a momentos, en la Copa América, porque ha sido un
conjunto que disputó un premio, no un grupo de segundones girando en torno a un
sol. Que Messi es gigantesco jugador no hay dudas, pero que es débil de
carácter, tampoco. Y ese mal argentino, el de una sociedad que por siempre se
ha creído superior a sí misma (ni decir a los demás), que cree que las cosas se
dan gratis, per se, por elección divina, trae consecuencias. El talento no
quita la soberbia, y la falta de cojones, peor.
Se preguntan por
qué en tantos años, con semejantes
jugadores, Argentina no gana un campeonato. Porque carecen de espíritu.
A pesar de que la economía le señaló que no estaba por encima de otros y que
era un país tercermundista, décadas de educación acerca de su singularidad, grandeza,
blancura quedan como resabios de un pueblo mimado (al que quiero mucho siendo
mi madre de allí). Eso pesa; sucede con sus tenistas que alcanzan casi la cima
y se derrumban porque no tienen fortaleza espiritual para aguantar el embate de
las dificultades, los obstáculos que el hombre común encuentra.
Quisiera decir
que estas afirmaciones son injustas y no. El hecho de ser gente que cree en
mitos, que los inventa, recrea e inmortaliza, obliga a pensar que por ello se
creen exentos de esfuerzo, que el solo hecho de ser únicos basta y sobra para
la victoria. Da la sensación de que hay siempre un ser superior que vela por su
muchedumbre, un ángel de la guarda que no los abandonará. No otra cosa cosa son
los iconos del general cornudo, Perón, y su damisela Eva; de Maradona y ahora
Messi. El juicio racional no se permite en cuanto a ellos (en general). Basta
la presencia o el nombre para inventarse ilusiones. Pena.
Encontraron a un
Chile aguerrido, orgulloso, petiso, moreno, lampiño, de marcadas diferencias
con el rival argentino. Por ellos fueron vencidos, a quienes incluso la derrota
no les hubiese quitado lo altivo. Chile, a pesar del llanto, habría sonreído
con el segundo puesto. Argentina no, y siempre lo mismo: cabezas gachas,
lloriqueos, la falta de hidalguía de Messi con sus compañeros y con los
rivales. Qué diferencia con el gran húngaro, Puskas, el mejor jugador del mundo
y de la mejor selección en aquel año 54 después de la guerra. Hungría perdió
ante Alemania; lo impensable sucedió, la ilógica. Pero Puskas se acercó a
felicitar a los alemanes, a darles la mano, no como Messi que dejó la imagen de
un cagón caprichoso, para quien fallar el penal le destrozó la vida. El nene
está triste; el nene no quiere hablar; el nene no toma vino…
Sobreprotección.
Si lo sabré. Madres argentinas que son el sueño de cualquier hijo. Mammas
italoamericanas abrazando a los vástagos, cobijándolos entre las tetas. Mi
padre, no sé si con certeza o no, marcaba este punto llorón en el absurdo
conflicto de las Malvinas: los pobres nenes lloriqueando mientras los pasaban a
cuchillo.
Fuera de simples
impresiones tiene que haber explicaciones sociológicas, históricas, psicológicas,
al respecto. Hasta entenderlas y superarlas pasará mucho tiempo y esta
generación de estrellas, Messi el mejor, entrará en los anales del fútbol sin
galones.
¿La solución?
Renunciar… Parece broma.
27/06/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 28/06/2016
Fotografía: Getty Images/World Cup Final, 1954, Berne, Switzerland, 4th July, 1954, West Germany 3 v Hungary 2, West German captain Fritz Walter receives congratulations from Hungarian captain Ferenc Puskas after the match.
“Que se vayan todos”, debería ser la consigna como aquella vez de la crisis política del 2001. La selección argentina es de una mediocridad alarmante, que se ha maquillado con algunas victorias y la presencia de Messi. Como bien mencionas, siguen anclados en sus mitos y salvadores. Cansina resulta la comparación con Maradona, a la espera de que el rosarino les obre el milagro de obtener otro campeonato en vez de ponerse a trabajar con seriedad y ahínco. Los errores comienzan desde el planteo inicial: a quién se le ocurre nombrarlo capitán cuando todo el mundo sabe que Messi va a su bola, como una suerte de autista del fútbol. Luego su melancolía e impotencia se contagian fácilmente a sus compañeros. Argentina necesitaba un caudillo con urgencia y no lo hubo, pese a los esfuerzos de Mascherano. En el bando chileno los había a patadas, desde Alexis hasta el último defensor, se los comieron crudos casi en todas las disputas de balón. El fútbol es un estado de ánimo, ya decía alguien, y se vio mucho de aquello en la final. Ahora lo otro, de escarbar en la sociología, ya es otro tema. Saludos.
ReplyDeleteToda la razón, José. Lo que Argentina necesita en la capitanía es un señor como Perfumo, un caudillo como Carrascosa, y hasta aceptaría a Passarella. Que genios como Messi los hubo muchos en la Argentina, habilísimos con la pelota y menos melancólicos: Bochini, Houseman y Ortiz por nombrar algunos. Y Alonso, como estrella rutilante. Saludos.
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