Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Suena a “imperio”
ahora que esa palabra se ha puesto otra vez de moda entre imperiales,
reyezuelos, diputadas-hiena y millonarios de nuevo cuño en nuestra América. Sin
embargo el peso que otrora tuviera se ha disuelto en la maraña mal llamada
socialista de rejuntados cuyo fin es el robo mientras decoran el latrocinio con
rimbombantes declaraciones y peores espectáculos y que la esgrimen hasta en graffitis
de baño público.
Resulta cómico
ver que quien fustiga más al llamado imperio (Estados Unidos) es el jefe
plurinacional de la cuasi república de Bolivia; cómico porque no pierde
oportunidad de ir a airear su extravagante personalidad en los mejores hoteles
del norte que odia, y refrescar sus rugosas piernas nativas en “chores”
(shorts) que utiliza para jugar lo que más le gusta después de lo otro.
Un pequeño
circunloquio más, si me permiten, aunque todavía hablamos de fútbol, está en la
lesión del mandatario boliviano que lo mantendrá lejos del jolgorio deportivo
(a ver si así se ocupa de lo que importa). Me ha dicho un escritor local con
oficio de yatiri que aquello viene de una sentencia lanzada desde el piso por
uno de los discapacitados apaleados en La Paz. Karma, quizá, y si lo es, santa
“maledicción”.
Al tema, ahora.
La Copa América Centenario (el viejo campeonato sudamericano) se juega en los
Estados Unidos. Desde hace unos años vemos que este país antes reacio a patear
pelota (soccer) se ha interesado en el deporte. Paradójico que haya sido el eje
principal para romper (en apariencia) el espinazo de corrupción en la FIFA y
que los dirigentes perversos estén siendo extraditados –criminales que son-
acá.
El fútbol siempre
ha sido la expresión más emotiva de los nacionalismos. Colectivo y altamente
democrático en esencia, ha servido para insuflar patriotismo en huestes
apasionadas por lograr en el juego lo negado en historia; la mayoría de ellos. Con
ribetes épicos como aquel del Dynamo de Kiev recordado por Galeano, o por
Matías Sindelar, el astro austriaco considerado en su tiempo el más fino jugador
del mundo, que prefirió suicidarse antes que vestir la camiseta nazi que
avasalló Austria en nombre del pangermanismo. También absurdos: la guerra
centroamericana, la de las 100 horas, entre Honduras y El Salvador que
inmortalizó Kapuscinski.
Pues fútbol y
nacionalismo se han inclinado, como todo, ante el peso del dinero. Sintomático
que los partidos de mayor importancia de la copa mexicana se diriman en Los
Angeles o Houston y no donde debieran. Los dólares pesan más que las banderas.
Ellos han traído esta copa en su centenario para jugarse en terreno “adverso”.
Imaginen la fiesta que sería disputándose en Buenos Aires, Río, Montevideo,
Ciudad de México o Santiago. Ya no será así, creo que el asunto es
irreversible. Me entero con asombro de
saber que Bolivia jugó en Denver, donde vivo, o que Argentina disputa un
amistoso con otro latinoamericano en Miami. Por supuesto que la ganancia
superará con creces la de jugarse un match en Quillacollo, por citar ejemplo de
ciudad pujante y comercial que sin embargo carece de competencia en baile
millonario.
Globalización,
claro, la impronta de la economía que se burla del patriotismo y de las
emociones primarias del espectador de fútbol. Un partido entre los rivales ya
nombrados, Honduras y El Salvador, en Washington capital, no despertaría el
estallido de los morteros sino el de los hot dogs que se venderían por miles. Guerra
con mostaza…
En ese sentido
está bien; en el otro, en el de privar a la muchedumbre local de cada país, de
ingresos muy inferiores a los de sus paisanos del norte, del espectáculo de sus
equipos, nos invade la tristeza. En la infancia mi padre nos llevaba de la mano
a ver a Colo Colo contra Wilstermann a pocas cuadras de casa y con bolsita de
plástico para orinar. Poco a poco solo queda la nostalgia.
20/06/16
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Publicado en EL DÍA (Santa Cruz de la Sierra), 21/06/2016
Es tan lejana –en todos los sentidos- esta Copa América que apenas ha despertado mi interés y supongo que de mucha gente más. Por merecimiento o tradición debió haberse celebrado en Argentina o Uruguay, o entre ambos países. Pero prevaleció la codicia por los dólares antes que el espíritu deportivo. Según he leído, hay quienes piensan que EEUU debería quedarse como sede permanente del certamen. En un descuido, hasta podrían convertirlo en una suerte de parque temático. Saludos.
ReplyDeleteTerrible. La desmedida ambición de las federaciones ha encontrado el becerro de oro en el norte. Se acabó el fútbol como cultura popular en el sur. Ya México de a poco va moviendo sus mayores encuentros a ciudades norteamericanas. Parque temático,en ese quedará el otrora Sudamericano. Saludos.
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